La
víspera del fallo de La Haya, los integrantes de Ciudadanos Luchando contra el
Racismo también nos propusimos recuperar para todos los peruanos una parte del
mar. Llegamos a Pucusana hacia las
9:30am y nos dirigimos a la Comisaría para avisar que íbamos a comprobar si
seguía la segregación en las playas.
La
Comisaría se encuentra a poca distancia de la playa de Naplo y, si los policías
hubieran querido, habrían podido intervenir cualquier domingo frente a la
ocupación ilegal de parte de la playa.
Lo hubiera podido hacer también algún Fiscal, dado que el Ministerio
Público anunció que tomarían cartas en el asunto frente a las diversas
denuncias. Lo mismo se puede decir de la
propia Municipalidad de Pucusana, tomando en cuenta, además, que el lunes
pasado el Alcalde Pedro Florián, anunció que no habría más tranqueras en las
playas.
En
realidad, como nosotros no teníamos total confianza ni en la Municipalidad, ni
tampoco en la Policía o el Ministerio Público, decidimos comprobar por nuestra
cuenta si en verdad había terminado la segregación que habíamos denunciado dos
semanas atrás.
Al
llegar a Naplo, todavía había poca gente y comenzamos a repartir los volantes
que habíamos preparado contra la segregación playera. Nuestro texto, además de citar los artículos
de la Constitución y la Ley 26856 que señalan que las playas pertenecen a todos
los peruanos y prohíben restringir el libre tránsito en ellas, también incide
en que las playas deben ser cuidadas y nadie tiene derecho de ensuciarlas.
Volvimos
a ver la famosa cuerda que usaban los vigilantes para impedir el paso. En realidad, es la soga que sirve para
sujetar las boyas y ahora estaba en el suelo, cubierta parcialmente por la
arena. Inicialmente, entonces, pensamos
que el problema se había solucionado, aunque en cualquier momento podían volver
a levantarla. Nosotros pasamos sin problemas al “lado
exclusivo” y allí hablamos con una señora que vendía helados y decía que los
residentes se habían querido apropiar de toda la playa antes, pero que la gente
de Pucusana se les había enfrentado.
-Es
que de esto vivimos. Durante el
invierno no viene nadie por acá.
Sin
embargo, la situación no se había arreglado: hacia las 10am, pude ver que a dos
señores que caminaban por la playa los vigilantes les impedían el acceso a la
“zona prohibida”. Yo me acerqué a ellos y me explicaron que les habían dicho:
“Esta parte es solamente para los residentes”.
Les
dimos los volantes y comenzamos a repartir a toda la gente del lado
“popular”. Varias personas nos contaron
que todos los años sucedía lo mismo.
-Yo
me quedo acá para no hacerme problema –nos comentó un señor que había traído a
un grupo juvenil de una parroquia de Villa María del Triunfo. Era lo que todos los veraneantes asiduos
repetían. De hecho, quienes pretendían pasar
al “lado exclusivo” eran en su mayoría visitantes ocasionales.
Para
entonces, los vigilantes se habían dado cuenta de nuestra presencia e inclusive
uno de ellos vino para pedir un volante.
Otro, mayor de barba y aspecto aún menos amigable que sus colegas, me
tomó una fotografía.
Los
vigilantes nos seguían mirando, leían los volantes, pero comenzaron a permitir
a las personas del lado “popular” que estaban paseando sin maletines o bolsas, que
continuaran su camino por el “lado exclusivo”. En varios momentos, algunos residentes se
acercaban a hablar con los vigilantes, entre ellos, una señora que blandía uno
de los volantes.
El
momento clave fue cuando un grupo de jóvenes, llevando mochilas y toallas,
quiso pasar a sentarse en la arena. Los
vigilantes los rodearon para preguntarles si eran residentes, pero al mismo
tiempo miraban hacia nuestro lado (y a nuestras cámaras) con nerviosismo. Finalmente, les permitieron el paso:
-Pero
no están llevando comida, ¿no?
Nosotros
pasamos para ese lado y se nos acercó el vigilante mayor y barbudo. Nos dio la mano y nos dijo:
-Miren,
la playa es de todos, todos pueden pasar, pero lo que no queremos es que la
gente ensucie.
Le
replicamos que eso era lo que decía el volante, pero que no debían impedir el libre
tránsito.
-No,
eso no se hace –insistió él, pese a lo que habíamos visto ese día y hacía dos
semanas-. Las playas son libres –repitió
dos veces.
A
partir de entonces, los vigilantes ya no bloqueaban el paso ni estaban
apostados dentro del agua para que los bañistas no pasaran la cuerda. Nosotros nos bañamos en las “aguas
prohibidas” sin ningún problema, como mucha gente. Hacia
las 12, llegaban varias familias al “lado exclusivo” o “ex lado exclusivo”, que
ni sabían lo que había ocurrido allí.
Después
de un buen rato observando la situación, nos retiramos, volviendo a repartir
volantes a todas las personas que recién llegaban a la playa para que supieran
dónde quejarse si volvía a suceder.
No
sólo las empresas pesqueras chilenas han perdido control sobre una parte del
mar… Lo mismo le sucedió ayer a los
residentes de Naplo y muchas personas
pudieron disfrutar de las aguas del mar que les estaban prohibidas.
Sin
embargo, para que Naplo y el resto del litoral pueda ser disfrutado por todos
los peruanos, no es suficiente la intervención de algunos activistas, sino de
las autoridades peruanas. La visita de
ayer sirvió también para comprobar su lamentable pasividad cuando se trata de
enfrentar los abusos de quienes tienen poder económico.
Etiquetas: discriminación, Municipalidades, Naplo, playas, Pucusana, Racismo, segregación