lunes, mayo 27, 2019

RP 668: Un Terror sin Final

José Ignacio Palma (foto Facebook)

Hace unos días, la historia de José Ignacio Palma hizo evidente para muchos chilenos a cuántos excesos pueden llegarse en las redes sociales. 

El año pasado, José Ignacio era candidato a Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile (FEUC), y a pocas horas de las elecciones apareció en Facebook el testimonio anónimo de una chica que lo acusaba de agresión sexual.   Mucha gente sabía que era una acusación falsa, porque se aludía a una fiesta en la que José Ignacio había estado siempre al lado de su enamorada, pero sus rivales políticos difundieron el anónimo como parte de la campaña.  

Los colectivos feministas y las agrupaciones de izquierda declararon que José Ignacio era un violador y así empezó para él un hostigamiento violento y permanente en las redes sociales y también de manera directa, mediante insultos y agresiones.   Él tuvo que dar sus exámenes separado de sus compañeros para evitar actos violentos en su contra.  También personas ajenas a la universidad le escribían insultos y lo amenazaban a él y a su enamorada (acusada de “encubridora”)  

El 19 de mayo, por fin se reveló que el autor del anónimo había sido otro estudiante, Johnny Olate, quien buscaba vengarse por haber sido expulsado de la agrupación política de José Ignacio.   Éste ha señalado que denunciará penalmente a Olate, pidiendo una indemnización por el daño causado.   Él espera también que la UC disponga su expulsión.

Armando Vega Gil (Foto tvynovelas)

Otros casos tienen un desenlace fatal: en abril, se suicidó el rockero mexicano Armando Vega, después que en una página de Twitter “#MeTooMúsicosMexicanos apareció una denuncia anónima que lo acusaba de violar a una chica de 13 años.  Vega insistía en su inocencia, pero no podía enfrentar todo el odio que se estaba desencadenando en su contra: varias seguidoras de esa página insistían en que se matara.   Desesperado, escribió “más vale un final terrible que un terror sin final”.   Tras la muerte de Vega, la página de Twitter quedó desactivada y se generó un hondo cuestionamiento entre las feministas mexicanas.   También se suicidó en diciembre un muchacho argentino, Agustín Muñoz, activo participante en las marchas Ni Una Menos, por otra denuncia falsa de violación, que generó una terrible escalada de violencia.  Cuando la autora de la denuncia intentó retractarse, ya era demasiado tarde. 

En la PUCP también han originado violentas reacciones las acusaciones falsas de acoso o encubrimiento.   Un incidente similar al de la FEUC ocurrió en las últimas elecciones de la FEPUC, en que dos alumnas acusaron de agresor sexual a un candidato en las redes sociales.    No presentaron ninguna prueba, no hicieron ninguna denuncia a la Comisión contra el Acoso, pero sus publicaciones fueron compartidas por decenas de personas.   Como en el caso de José Ignacio, le cayó todo tipo de insultos a su agrupación política, acusándolos también de “encubridores”.   Aunque él renunció a su candidatura, la táctica tuvo resultado, porque su agrupación perdió.   

En casos de linchamiento mediático distintos del acoso sexual (un cliente racista, un inquilino moroso, un conductor prepotente), suele existir un elemento visual que despierta la ira, como un video.   Este elemento normalmente no existe en las denuncias de acoso sexual, pero sí está presente la convicción de que toda denuncia es cierta y que toda denunciante es una víctima que debe ser apoyada.  Dudar de la denuncia es ser cómplice del agresor; conceptos como presunción de inocencia y derecho de defensa quedan descartados y resulta moralmente válido castigar al acusado. 

Como saben mis amigos, desde noviembre yo también soy víctima de un prolongado linchamiento mediático: un grupo de alumnas me acusan de encubridor de acosadores.  Inclusive recientemente elaboraron un video en el cual varias estudiantes relatan relatan el falso testimonio de una víctima de acoso que llora en mi oficina y yo, lejos de conmoverme, bloqueo su denuncia para respaldar al agresor.

La acusación es absurda, porque el Defensor Universitario de la PUCP no puede bloquear una denuncia.   En otras Universidades, la Defensoría es el filtro que decide si las quejas por acoso van a ser procesadas, pero no es el caso de la PUCP, donde cualquier persona puede plantear directamente la denuncia.     Yo he apoyado a todas las víctimas de acoso que han llegado a mi oficina y he pedido conversar con quienes me difaman, pero se rehúsan a hacerlo.   

Como señala José Ignacio Palma en una reciente entrevista, las que más pierden en estos casos son las verdaderas víctimas de acoso sexual, porque con cada denuncia falsa, ellas pueden sentir que se dudará de su palabra si se animan a denunciar.   Eso deberían pensar quienes usan las redes sociales de manera irresponsable... y deberían pensar también en el terror sin final que imponen a personas inocentes y a sus familias.

miércoles, mayo 15, 2019

Matar un Ruiseñor en la PUCP



A comienzos de año, las situaciones que yo vivía en la Universidad, me hacían identificarme con Atticus, el abogado que protagoniza la novela Matar un Ruiseñor, de Harper Lee, por sus valientes esfuerzos para lograr la justicia en una situación que parece imposible, enemistándose con sus vecinos.  

Han pasado unos meses y mi amigo Máximo Kinast ha escrito este artículo donde, para él, yo no soy Atticus, sino otro personaje de la novela, Tom Robinson, quien es absurdamente condenado pese a que no existía ninguna prueba en su contra  (Wilfredo Ardito). 

MATAR UN RUISEÑOR EN LA PUCP

Máximo Kinast Avilés


Matar a un Ruiseñor es el título original de una novela de 1960, única obra de la escritora norteamericana Harper Lee y de un film de 1962 protagonizado por Gregory Peck.

Trata de la época de la Gran Depresión, en una población sureña. Atticus Finch (Gregory Peck) es un abogado que defiende a un hombre negro, Tom Robinson, acusado sin pruebas de haber violado a una mujer blanca. Aunque la inocencia del acusado resulta evidente, el veredicto del jurado es tan previsible, basado en la palabra de una mujer blanca contra un negro, que ningún abogado aceptaría el caso, excepto Atticus, el ciudadano más respetable de la ciudad. 

En esa época, ante un acusado negro no se conocían los derechos humanos ni la presunción de inocencia, ni el debido proceso. Por eso, la muerte del acusado resulta tan absurda como matar un ruiseñor y el propio Atticus enfrenta el rechazo de sus vecinos por defenderlo. 

Pero este artículo trata de la PUCP, la mejor universidad del Perú, que resistió con éxito los ataques del nefasto Cipriani y poco después pasó por un mal momento debido a funcionarios poco éticos que aplicaban moras ilegales, en un escándalo que obligó a renunciar al anterior Rector.

Ahora la situación es diferente. Todo está bien en la mejor universidad del Perú y el nuevo Rector y las autoridades universitarias están felices de que todo siga así. 

Por supuesto que son falsos de falsedad absoluta los rumores que persisten actualmente sobre la situación de la PUCP. Para que quede claro lo absurdo de esas acusaciones vamos a mencionar los principales rumores falsos, falsamente citados en un falso desmentido:

1º Es falso de falsedad absoluta que en la PUCP existan alumnos con problemas de comportamiento. Los estudiantes de la PUCP son chicos de buenos sentimientos, que nunca vulneran las leyes ni los reglamentos internos. Tampoco tolerarían un abuso hacia otra persona, porque saben que está prohibido. 

2º Es falso de falsedad absoluta que en la PUCP se practique el linchamiento mediático en las redes sociales. Los alumnos de la PUCP se respetan mucho entre sí y jamás acusarían a una persona sin contrastar la información. Con mayor razón, los alumnos que forman parte de grupos políticos nunca usan Internet para difamar o calumniar y menos aun los que se consideran de izquierda.

3º Es falso de falsedad absoluta que en la PUCP existan grupos de feministas ultra fundamentalistas, para las cuales no existe el derecho a la presunción de inocencia, ni aceptan conceder un juicio justo ni respetan el debido proceso, cuando un hombre es acusado por una mujer. Es falso porque, si existieran, esos grupos habrían tenido que leer Matar a un Ruiseñor y sólo hay una versión en inglés en la biblioteca de la PUCP.

4° Es falso que entre los grupos feministas ultra fundamentalistas, que no existen, haya uno que haga sus denuncias en el estilo hitleriano, conforme a los principios de la propaganda nazi de Goebbels, mediante el uso de videos difamatorios. Se sabe que es falso, porque en tiempos de los nazis no existían videos y ellas los usan. Además todo el mundo puede ver que usan blusas rojas en sus videos y no camisas pardas, por tanto no son nazis.

5º Es falso de falsedad absoluta que en la PUCP existan profesores aterrados por la persecución y constante agresión que sufren de grupos de estudiantes enmascarados. Todos los profesores de la PUCP están dispuestos a declarar, bajo juramento, que jamás un grupo de estudiantes con el rostro cubierto ha irrumpido en la clase de ningún profesor. Esto es un infundio más contra la mejor universidad del Perú. También es otro infundio que se empleen las redes sociales para descalificar docentes o autoridades. 

6º Es de una total falsedad que la valiente y honesta labor del Defensor Universitario haya chocado contra los intereses de esos inexistentes grupos y otros aún peores, y es absolutamente falso y de falsedad absoluta, que la Asamblea Universitaria haya recibido las presiones de los grupos feministas ultra fundamentalistas, porque estos no existen y tampoco están en capacidad de presionar a nadie. 

7° Es falso que la Asamblea Universitaria, sin escuchar al Defensor, sin respetar el principio de presunción de inocencia o el debido proceso haya decidido pedirle la renuncia. Es falso porque esto no podría ocurrir en la mejor universidad del Perú, la primera en crear la Defensoría Universitaria

NOTA DEL AUTOR. Por fortuna todos esos rumores son falsos de falsedad absoluta, porque de lo contrario, en la PUCP, la mejor universidad del Perú, sesenta años después, se estaría escenificando una nueva versión de Matar a un Ruiseñor.

martes, febrero 18, 2014

RP 502: La Liberación de Ancón

-¡No están las sogas! –comentó un residente, sorprendido, al ingresar a la “zona restringida” en Playa Hermosa.
Apenas dos semanas antes habíamos visto que los residentes habían hecho cercar con cuerdas una parte de la playa.   Tenían a tres vigilantes con polo celeste apostados para que ningún veraneante distraído ingresara en la “zona restringida” y habían colocado unos avisos de la Municipalidad de Ancón a manera de tranqueras para impedir el paso.    Nosotros mismos vimos cómo los vigilantes impedían el tránsito a los veraneantes, pese a lo cual osamos sentarnos un tiempo en esa parte de la playa.
Llegó enfurecido un residente con polo a rayas, que había visto nuestros volantes a decirnos lo de siempre, que esa gente era sucia y que debíamos tomarle una foto a la basura que dejaban (exactamente lo mismo que decían los vigilantes de Naplo, con la diferencia que a las playas de Ancón, nadie lleva comida).    El amable señor regresó a su sombrilla y continuó bebiendo cerveza, porque él sí podía hacerlo.   Es más, una sumisa empleada esperaba las órdenes de los residentes para llevarles comidas y bebidas.  
Las fotos que tomamos de la “zona restringida” de Playa Hermosa, difundidas por las redes sociales y la revista Velaverde y nuestras gestiones ante la Defensoría del Pueblo parece que dieron resultado: las sogas y tranqueras habían sido retiradas.   Los vigilantes estaban cerca, pero ya no estaban uniformados ni impedían el paso, sino que conversaban con un vendedor de pelotas.   En esa zona cada sombrilla tenía el nombre de la familia residente, pero ya nadie hacía caso de la disposición.
Los cambios en Playa Hermosa fueron muy satisfactorios, pero no los únicos: en el malecón de Playa Norte, donde hacía una semana todavía se impedía el paso, ahora era posible ingresar tranquilamente.   Es más, en una de las bancas una pareja de no residentes estaba conversando.   En otra estaban sentados dos policías y les entregamos los volantes y les contamos lo que veníamos a hacer a Ancón.   Lo mismo habíamos hecho en la comisaría de Ancón e hicimos después con los policías y serenos que encontramos.
Sin embargo, los vigilantes de esa zona siguen allí, aunque sin uniforme.
-Por aquí no hay salida –dicen a veces a la gente, pero no impiden el paso. 
Ahora bien, los cambios en algunas playas no quieren decir que se haya solucionado del todo la segregación en Ancón ni la usurpación de las playas por una minoría.
Hicimos una prueba al respecto en la playa Los Enanos, sentándonos bajo una sombrilla de paja.   Llegaron tres vigilantes nerviosos a decirnos que íbamos a tener un problema con el “propietario”.    Nosotros le decíamos que la playa no tenía propietario, ni la sombra tampoco, pero que, si venía esa persona, nos retiraríamos.   Los vigilantes insistieron en que nos teníamos que ir en ese momento.   Decidimos quedarnos.
-Acá ha venido canal 4, canal 2.  Han hecho reportaje y todo ha seguido igual y seguirá igual –decía el mayor de los vigilantes.
-Pero ya no va a ser así –les indicó mi amigo Horacio.
En ese momento vimos a dos policías y los llamamos.   Curiosamente, eran los mismos con los que habíamos hablado en Playa Norte.
Los policías bajaron y conversaron con nosotros, mientras los vigilantes se dispersaron de inmediato.   Regresaron después, cordiales, a decirnos que el problema era más grave en Playa Hermosa:
-Ya no, señor.   Venimos de allí.
-Entonces vayan al Casino.   Allí verán cómo es.
Estuvimos un rato más y de allí pasamos a la zona del Casino.     y allí sucedió algo que no nos había pasado ni siquiera en Playa Hermosa: cuando nos vieron caminar por la arena, aparecieron cuatro vigilantes con polo rojo a decirnos:
-Están incomodando.   Esta playa es privada.
Pese a que les mostramos los volantes, siguieron insistiendo.   Solamente quedó decirles que llamaríamos a la policía como ya habíamos hecho y nos sentamos en la playa un buen rato.   Parece ser que el Casino de Ancón considera que esa parte de la playa es solamente para sus socios.  
Al salir, repartimos los volantes entre las personas que estaban en la zona cercana al casino y las personas que llegaban recién a la playa, recomendándoles que, si querían más espacio, aprovecharan la zona libre.
-¿Allí se puede pasar?  -nos preguntaron unos jóvenes.
-Claro que sí –les dijimos.
Después vimos que se habían ubicado a unos metros de la zona del Casino, pero todavía sin “incomodar” a los amables socios.

Desde arriba, los vigilantes del Casino nos miraban repartiendo volantes.   Ese día, encontré en La República un reportaje especial sobre la discriminación en Ancón.   Me causó una gran alegría ver que la mayor parte de situaciones que denunciaba ya se habían corregido… Esperemos que pronto el problema se solucione y los residentes de Ancón aprendan a convivir con sus compatriotas. 

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RP 501: Pasamos las Quinientas, pero la meta sigue muy lejos

Una meta deportiva, una misión o una empresa necesitan un punto de partida, a veces bastante simple,  como fue la primera RP allá por octubre del año 2004.   Y también necesitan constancia, como haber seguido escribiendo durante estos nueve años y medio. 

Muchas cosas ocurrieron durante este tiempo.   Algunas personas muy queridas ya no están más conmigo y muchas otras han aparecido, enriqueciendo mi vida, o reaparecido, como es el caso de muchos compañeros de colegio.   

Ahora siento que vivo en un país mucho más próspero que el del año 2004 y no solamente por el número de Starbucks o centros comerciales.     Es interesante ver cómo han descendido cifras como la mortalidad materno infantil y ha aumentado la esperanza de vida.   Sin embargo, encuentro que se mantienen situaciones graves, como la desigualdad, el racismo o la ceguera de los peruanos privilegiados para ver los problemas de sus compatriotas.

Al mismo tiempo, no deja de preocuparme el aterrador crecimiento de la violencia en ciudades como Trujillo con manifestaciones como extorsiones y sicarios que cada vez son más visibles en Lima.   De otro lado, me preocupa también cómo un fenómeno que yo respaldaba, las rondas campesinas, está actuando de manera cada vez más violenta. 

Un problema muy serio que ha ocurrido en estos diez años es la degradación de los medios de comunicación, a un punto que es muy semejante a la prensa envilecida durante los tiempos fujimoristas.   Los casos de Perú 21, El Comercio y Canal N, me hacen recordar el 2004 con nostalgia.   Además, la internet ha permitido que proliferen los comentarios violentos y agresivos en las páginas de los periódicos o revistas.  Por supuesto, suele haber una excusa moral para el odio:  fulanito es corrupto, la otra es racista, el otro es machista.   Aún la ternura hacia los animales se vuelve excusa para justificar la violencia, como se puede apreciar por las agresiones contra Tadashi Shimabukuro y muchas personas más.   Al mismo tiempo, ahora los blogs y el Facebook son muy útiles para difundir ideas.

Otro cambio dramático que he visto de cerca ha sido la crisis de las ONG.   Yo llevaba quince años trabajando en éstas cuando envié la primera RP.   Actualmente, me parece que se estuvieran volviendo un anacronismo.   En muchos casos se trata de la retirada de la cooperación internacional, pero en otros hay también una seria pérdida de rumbo.

Como resultado, muchas personas han migrado para el sector público, que hace diez años les habría parecido inalcanzable.   Algunos realmente están promoviendo políticas para ayudar a quienes más lo necesitan.  Otros, en cambio, se aferran ahora a sus puestos, a los sueldos y a algunos privilegios.   

En este contexto, con menos medios de comunicación serios y tantas ONGs en crisis, creo que es más importante que nunca que los ciudadanos comuniquemos aquellos temas que no se abordan normalmente.    Muchas veces puede ser incómodo o arriesgado, como cuando en tiempos de Alan García tuve que referirme a las ejecuciones de Trujillo o la masacre de Río Seco.    

En otros casos, más cotidianos, se trata de enfrentar los sentimientos peyorativos que tenemos los peruanos hacia nosotros mismos, como si fuéramos un país de personas deshonestas, desordenadas y malignas.   El ejemplo que suelo poner son los cobradores de combi, con los que converso todos los días.  Para mí están entre los trabajadores más explotados y sacrificados, pero muchos peruanos (que viajan y no viajan en combi) son incapaces de verlos como personas. 

Ahora bien, como todos ustedes saben, el eje de las RP es la discriminación y otro cambio importante es que actualmente creo que mucha gente acepta que este problema existe, al punto que hay quienes buscan manipularlo en su favor.   Sin embargo, siento que falta mucho por hacer a nivel de políticas públicas.  

Por eso pienso que haberles enviado disciplinadamente estos 501 artículos durante todo este tiempo puede sonar mucho, como los 2,000 metros que hice ayer por la mañana, pero para las metas de construir una sociedad más justa y más humana sigue siendo muy poco.   

He calculado que, cuando envíe la RP 2000, tendré 78 años, es decir el doble de la edad que tenía cuando envié la primera.  No puedo avizorar en qué sociedad estaremos viviendo en esos momentos, allá por el 2043, pero sé que dependerá de la sociedad que estamos construyendo ahora.   Por eso se trata de seguir trabajando juntos y sin descanso en esa tarea colectiva.   


Por sus recomendaciones, consejos y palabras de aliento durante estas 501 RP, muchas gracias.  

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RP 500: Racismo en Huancayo. Más allá de la condena

-¿Tú qué te has creído?   ¡Eres una llama, una llama!

Semejantes insultos los escuché un día de junio de 1986 y quien los profería era una chica de unos doce años.

Me encontraba en un ómnibus regresando de Trujillo donde había participado en un encuentro católico a nivel nacional y las  chicas que se insultaban provenían de un colegio religioso de Huancayo.   Tantos años después, por el hábito de la monja que las acompañaba, debían estudiar en un colegio salesiano.   Porque sí, había una monja que escuchaba impávida los insultos racistas de sus pupilas. 

Seguramente, las chicas que se insultaban ahora tienen hijos y no sé si seguirán usando la palabra llama como insulto.   Sin embargo, hace dos años en SEDAM, la empresa de abastecimiento de agua de Huancayo, la empleada Azucena Algendones fue insultada como “Negra cocodrilo” por una colega y desde entonces ha sufrido múltiples hostilizaciones laborales por atreverse a enfrentar estos hechos.

Pensé en estos casos ayer cuando escuché al Alcalde de Huancayo, Dimas Aliaga sostener, a raíz de los insultos que recibió el miércoles un futbolista brasileño, que los vecinos de dicha ciudad rechazan el racismo.    No es cierto: los huancaínos, como los pucallpinos, los limeños o los cajamarquinos practican el racismo cotidianamente.   La abrumadora mayoría de peruanos ha interiorizado que al más andino o al más negro se le puede humillar.    Esta vez hay una reacción pública, porque nada menos que una de las mujeres más poderosas del mundo, Dilma Rousseff, se ha pronunciado en defensa de su compatriota.

Hace un año, en febrero, cuando el futbolista Edgar Villamarín sufrió insultos similares en Cajamarca, no se pronunciaron ni el Alcalde de dicha ciudad, ni a mucha gente le pareció grave.   Tampoco cuando ocurrió hace unos meses en pleno Estadio Nacional con varios jugadores ecuatorianos durante las Eliminatorias para el Mundial.

Es más, el año pasado también el protagonista de insultos racistas no fueron anónimos hinchas sino un jugador del propio Real Garcilaso, Luis Guadalupe, quien denominó “serrano pezuñento” al futbolista Johan Fano.   Lo más sorprendente es que Guadalupe juega para un equipo cusqueño y no recibió mayor sanción de los directivos del club ni del entrenador Fredy García, que ahora ha pedido disculpas al equipo Cruzeiro y al futbolista Tinga.

Un hecho destacable es que, por primera vez, el Presidente Ollanta Humala ha condenado públicamente un incidente racista.    Sin embargo, hubiera sido mucho mejor que se hubiera pronunciado cuando fueron insultados los futbolistas Fano y Villamarín.    Si lo hubiera hecho, y en general, si esos insultos hubieran generado un rechazo extendido en ámbitos políticos y deportivos, probablemente los hinchas huancaínos lo habrían pensado dos veces antes de insultar a Tinga.

En realidad, pareciera que sólo se reacciona debido al rechazo internacional, cuando la víctima del racismo es un extranjero.   Hace unos años, sucedió lo mismo cuando una importante funcionaria jamaiquina fue impedida de ingresar a una discoteca en Miraflores o cuando a un profesor de Harvard le ocurrió lo mismo en el Café del Mar. Sin embargo, cuando el racismo ocurre entre los peruanos nos parece natural.   Así sucede en Ancón cuando policías y serenos ven cercada con cuerdas la parte exclusiva y cuando la publicidad racista de Plaza San Miguel  o Megaplaza es aceptada con naturalidad por todos los que acuden allí.  .    ¿Tendrá que suceder que a un futbolista brasileño le  impidan ingresar a las “áreas privadas” de Naplo o Ancón, para que reaccione el gobierno peruano? 

Quiero además llamar la atención sobre que los incidentes de racismo en los estadios ocurren contra jugadores afrodescendientes, porque en el Perú sigue pensándose que los negros merecen menos respeto y sigue siendo legítimo burlarse de ellos.   No es casualidad el éxito del Negro Mama y las protestas que se produjeron cuando Frecuencia Latina fue sancionada por transmitirlo. 

Por eso, aunque son muchos los peruanos que han condenado lo ocurrido en Huancayo, pero también los hay bastantes que intentaron minimizar los hechos asumiendo que es legítimo insultar a los afroperuanos o sostienen que la protesta se debe a que los brasileños perdieron ante el Real Garcilaso.   No faltaron también quienes se dedicaron a insultar a los huancaínos de manera absurda, llamándolos “racistas serranos ignorantes”. 

Es tiempo que los peruanos aceptemos que el racismo es un problema permanente, que se vincula a muchas otras formas de discriminación (social, económica, por lugar de origen o de residencia, apellido, sexo, actividad, etc.).   

Dilma Rousseff reacciona ofendida porque proviene de un país que lleva más de una década implementando políticas públicas contra el racismo, a través de la Secretaría de Promoción de la Igualdad Racial.     En el Perú aún no tenemos ninguna política pública para enfrentar el racismo en la Policía Nacional, el Poder Judicial o los colegios como aquel donde estudiaban las escolares huancaínas que mencioné al principio.   ¿No es tiempo de luchar contra este flagelo?


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RP 499: Del Amor por los Animales a la Violencia Irracional

Una noche de domingo en el Parque Kennedy de Miraflores.   Es julio del año 2012.   Han pasado pocos días desde que la policía mató a cinco personas en Bambamarca y Celendín y torturó a Marco Arana en la comisaría de Cajamarca.    Súbitamente escucho gritos y arengas.   Mi primer pensamiento es que se trata de una manifestación de protesta por esas muertes y todas las demás que se venían produciendo durante el primer año de gobierno de Ollanta Humala.  
Me acerco a los manifestantes, que cargaban banderolas y pancartas frente a la iglesia y me entero que gritaban porque, según ellos, en una de las torres del templo había un gatito que nadie alimentaba. 
He estado en muchas manifestaciones contra la impunidad, las violaciones a los derechos humanos o la corrupción, pero nunca había visto manifestantes tan exaltados y agresivos.     Su forma de ayudar al gato era insultar repetidas veces al párroco, llamándolo cura satánico, entre otras expresiones y ofender a todo el que se atreviera a sugerir que el famoso gato no existía o que ya había sido retirado.   Me pareció, por la forma como gesticulaban y gritaban, por su rechazo a entender las palabras que otros decían (interrumpiéndolos constantemente con insultos) que varios de ellos tenían graves problemas psicológicos.
La violenta protesta originó que la misa dominical tuviera que realizarse a puerta cerrada, con un cordón policial.   Los animalistas siguieron gritando durante varios días: el sábado siguiente lograron irrumpir en la iglesia, interrumpiendo sucesivamente una boda y un bautizo.   Me causaba perplejidad que aterrorizar a unos niños de pocos años de edad pudiera ser parte de una campaña por la ternura hacia los animales.     
Yo considero que las prácticas de maltrato a los animales como las peleas de gallos o corridas de toros deberían ser prohibidas, pero me preocupa que en el Perú el amor por los animales esté llevando cada vez a más personas a la violencia.    Hace años me quise sumar a una protesta antitaurina en la calle, pero me aparté debido a los insultos y las expresiones sanguinarias (“¡Córtate las venas!  ¡Queremos las orejas del torero!”).    Sé que muchos antitaurinos no son violentos, pero lamentablemente está creciendo la violencia de las personas que dicen defender a los animales.
El caso de Tadashi Shimabukuro resulta especialmente grotesco, porque él mató a un gato en el año 2008.    Aunque el Código Penal sanciona este hecho como falta, prescribió hace bastante tiempo.   Sin embargo, los violentos animalistas han acudido a su casa, lo han agredido con un megáfono y han seguido vociferando al punto que la familia ha tenido que mudarse.   De hecho, algunos se jactan que lo atacarán hasta volverlo loco y otros han amenazado con violar a su enamorada.
Me pregunto cuál es el límite entre el afecto “normal” por los animales y la desviación que refleja problemas psicológicos.  Algunas damas limeñas acaudaladas quieren tanto a sus perros que celebran su cumpleaños.   Es más, les realizan “fiestas temáticas”, en la que todos los perros de sus amigas ataviados como hawaianos o personajes de Viaje a las Estrellas.   A mí me aterra cuando en los manos de esas señoras, el animal ya no es un animal, sino una parodia de ser humano.     
En el otro extremo de la escala social, conozco al menos dos casos de mujeres que pasan serios problemas económicos, pero han decidido dejar de trabajar para dedicar todo su tiempo a atender a los gatos que recogen.   Sus familiares, que tampoco tienen muchos recursos, deben mantenerlas y mantener a sus gatos. 
Frente a quienes en el mismo parque Kennedy gastan mucho dinero en llevar comida a los gatos que allí se encuentran, muchas personas me dicen que son dueños de hacer lo que desean con su dinero.  Lo sorprendente es que, cuando se les pregunta por qué no ayudan a la gente pobre en el Perú, ellos sostienen que los pobres son malos o pueden robar o hacer daño.   Inclusive los niños pobres pueden robar.   Otros defensores de los animales racionalizan su preferencia, con el argumento que son seres indefensos, mientras los seres humanos pueden siempre defenderse.  
Yo creo que hay un tema de fondo: el menosprecio por los demás peruanos.  Lo he visto en varias ocasiones: cuando el perro Lay Fun mató de manera atroz a Wilson Paredes y la muerte de éste parecía merecida e irrelevante o cuando se produjeron trágicas muertes en el desalojo de la parada y para muchas personas, lo único trágico era la muerte de una yegua. 

En mi opinión, cualquier persona que haga una fiesta temática a un perro o que deje de trabajar para atender gatos, requiere ayuda profesional.    El problema es que el “amor” desproporcionado por los animales está llevando a formar grupos violentos, que insultan por internet, se agrupan para agredir a otras personas y amedrentarlas en sus casas.   ¿No deberían las autoridades intervenir? 

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RP 498: Segregación en Ancón

-Están haciendo limpieza –dice un joven vigilante en el malecón de Playa Norte -.  Por eso no se puede pasar.
En ese momento, una pareja, ambos altos y rubios, pasan trotando.   Los vigilantes les abren paso respetuosamente.   Ellos corren, dan la vuelta y siguen trotando por el malecón.  Una señora, con lentes oscuros pasa en su bicicleta también.      No vemos a nadie haciendo limpieza.
-¿Se referirá a “limpieza étnica”? –comenta mi amigo Horacio.
Es evidente que las restricciones ilegales en Ancón solamente se aplican a las personas que no lucen como ocupantes de los departamentos del malecón.     Los vigilantes aplican un criterio étnico para decidir a quién se le impide el paso y a quién ni siquiera se le pregunta adónde va.
En diversos lugares, además, los acceso a la playa están bloqueados con carteles de la Municipalidad de Ancón, que dicen en letras grandes y rojas PROHIBIDO INGRESAR y solo en letras pequeñas añade CON COMIDA.      ¿Hizo la Municipalidad así los carteles?    Lo sospechoso es que la Ordenanza mencionada se refiere al estacionamiento de vehículos.     
En otras playas nos damos cuenta que  existen zonas “reservadas”: si hay sombrillas blancas o de paja.   En Playa Hermosa, además, varias cuerdas cercan la zona reservada y cada sombrilla tiene el apellido de la familia segregacionista (Canaval, Natters y Pinglo son los apellidos que recuerdo).    En esas zonas, los varones juegan fulbito, pese a que los residentes se quejan que “los que vienen de fuera” precisamente hacen eso.    
En Playa Hermosa, dos muchachos osan pasar las cuerdas.   No llevan comida, ni mascotas, sino que simplemente quieren cortar camino hacia la salida al malecón.    Inmediatamente, los residentes hacen una señal y un vigilante de polo celeste, que parece tener su misma edad,  se les acerca y les dice:
-Esta es una playa privada – y los dos chicos deben salir.
Ante esta flagrante situación,  optamos por distribuir nuestros volantes contra la segregación en las playas a todas las personas que están de “este lado” de la cuerda y luego…  entramos a la zona prohibida.   En ese momento, el joven vigilante quiere levantarse, pero cuando ve que somos quienes repartíamos los volantes, se voltea mirando a otro lado.   Nosotros en cambio nos acercamos a él y a los demás vigilantes y les damos los volantes.   Acto seguido nos sentamos en la arena.  
Este gesto genera en la playa una conmoción entre los residentes, que no habíamos visto en Naplo o en Asia.    Nos lanzan miradas iracundas, comienzan a murmurar disgustados y se acercan enfurecidos a reclamarle a los vigilantes.   Cuando éstos les enseñan los volantes, la cólera los ciega.  
Un hombre de polo a rayas, gordo, casi calvo y canoso, llega furioso a decirnos que la gente “del otro lado” es sucia y sin cultura y que deberíamos fotografiar la basura que dejan.    Asentimos y nos quedamos un rato más, sintiendo el odio racial cada vez más fuerte a través de las miradas despectivas.   Cuando nos vamos, el hombre de polo a rayas sonríe y bebe su cerveza, triunfante.   Al costado de la zona reservada, una mujer, con delantal y libreta espera las órdenes de quien desee consumir más alimentos.    No se atreve a pisar la arena prohibida y espera sumisa ser llamada.    
No es verdad que las “zonas privadas” sean más limpias.  Encontramos bastante suciedad, cajetillas de cigarrillos, puchos y otros desperdicios.   Nos pareció curioso que los residentes pudieran pagar vigilantes, pero no personas que limpian. 
Para dar un panorama final: a lo largo del malecón de Ancón, pueden encontrarse tres tipos de personas: los residentes, en su abrumadora mayoría de ascendencia europea; los veraneantes, de rasgos mestizos o andinos y el personal de servicio de los residentes, físicamente muy parecidos a los veraneantes, pero que, para distinguirse de ellos, debe llevar polos de diferentes colores: rojo para los que pedalean los triciclos; celeste para los vigilantes de Playa Hermosa; amarillo para los empleados de la poderosa APANCON, la Asociación de Propietarios de Ancón, que, naturalmente, agrupa solo a los propietarios de los departamentos del malecón, no a todos los propietarios del distrito.
Un detalle importante: no vimos a ningún veraneante ebrio o con comida.   En realidad, los residentes se aíslan simplemente porque no quieren alternar con sus compatriotas.  
A pocos pasos del malecón, frente a la Municipalidad, se encuentra la estatua de Túpac Amaru y Micaela Bastidas, inaugurada por el actual Alcalde, John Barreda, que el año pasado promulgó una Ordenanza contra la discriminación que nadie en Ancón parece conocer.   

Si Túpac Amaru y Micaela Bastidas estuvieran vivos, tendrían mucho que hacer en Ancón.  

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RP 497 PATRIOTISMO EN UN PAÍS SEGREGADO

En los últimos días, con relación al fallo que debía dar la Corte de La Haya, los medios de comunicación han estado llenos de alusiones al patriotismo.
Sin embargo, a mi modo de ver, el verdadero patriotismo, es decir el amor por el país, implicaría promover una sociedad donde todos tengan los mismos derechos y oportunidades, especialmente los más olvidados.   En cambio, la asociación que los peruanos solemos hacer entre patriotismo y conflictos con los países limítrofes, genera un excesivo protagonismo a los militares, pese a que muchos médicos, profesores o ingenieros hacen bastante más por construir una sociedad mejor. 
Hace unos años, por ejemplo, después que se suscribió el Acuerdo de Paz con el Ecuador, muchas personas protestaron durante varias semanas en Iquitos, indignados por la entrega de Tiwintza.   Lo curioso es que las razones para protestar en Iquitos son numerosas: falta de servicios básicos, centralismo limeño, trata de personas.   Sin embargo, parecía que “la traición de Tiwintza” era una afrenta más grave que todo lo anterior.
Me parece que otro error frecuente en relación al patriotismo en el Perú es vincularlo excesivamente a las competencias deportivas.  El deporte contribuye a la salud y a la autoestima, pero no creo que la destreza deportiva se vincule necesariamente al amor por un país.   Lamento especialmente cuando los errores de un futbolista u otro deportista son considerados una muestra de su “falta de compromiso con el Perú”.    Además, es posible que existan deportistas muy hábiles, pero con un comportamiento cotidiano totalmente negativo.    En el Perú carecemos de una mentalidad más crítica respecto al deporte, como existe en Brasil, donde el propio Campeonato Mundial de Fútbol está generando muchas protestas de quienes consideran que es frívolo gastar en estadios cuando existen otras prioridades.   
En todo caso, uno de los graves peligros de la retórica patriótica es que los gobiernos autoritarios y/o impopulares pueden emplearla para invocar la unidad nacional y así convertir a los opositores en “traidores” o “enemigos de la patria”.    Un caso emblemático fue el último régimen militar en la Argentina frente al Mundial de 1978 y la guerra de Las Malvinas.  
En el caso peruano, además, la gran contradicción es hablar de patriotismo en una sociedad tan dividida por clase social, posición económica, rasgos físicos o lugar de residencia.  El fin de semana pasado, visitando Ancón, me quedé perplejo cuando vi todos estos factores juntos en la marcada separación que algunas familias han establecido, impidiendo el paso a otros veraneantes por las playas o parte del malecón.  La segregación era tan fuerte que parecía la Sudáfrica anterior a Mandela o los Estados Unidos antes de Martin Luther King.   
¿Cómo se puede hablar de unidad nacional cuando solamente ver que una persona de piel oscura camina cerca de la playa produce a algunos peruanos un sentimiento de odio visceral?   De hecho, el rechazo es tal que los segregacionistas ni siquiera se molestan en hablar con las personas que desprecian: para eso contratan vigilantes.   Debemos precisar, además, que no vimos a ningún veraneante llevando comida o mascotas a la playa.   Curiosamente, los únicos que bebían licor eran los usurpadores, que tenían además empleados que les llevaban comida.   
He escuchado muchas expresiones contrarias a los chilenos en estos días, pero debo decir que a mis amigos chilenos desconciertan mucho los odios internos entre los peruanos.
-Me gusta mucho tu país, pero es terrible lo mal que se tratan entre ustedes –me dijo un estudiante que solía visitar Lima.
Una anciana chilena me comentó:
-Yo estaba en Arica en un encuentro de jóvenes y tenía una amiga peruana.   Un día, llegó otra chica peruana, que tenía sombrero y trenzas, como las indígenas de allá.   Le dije a mi amiga para saludarla, pero ella me dijo que no podía hablar con ella.   Y yo no lo podía creer.
Hace unos años, en un avión escuché que conversaban un peruano y un chileno que vivían en Madrid: 
-He visto muchos peruanos que se reúnen en el Parque del Retiro –decía el chileno -.   Allí comen cebiche, beben Inca Kola…
-Sí lo sé –decía el peruano -, pero yo no puedo relacionarme con ellos.   Soy abogado.
-¿Estás hablando en serio?  -preguntó el chileno, también abogado, sorprendido.
En pleno 2014 todavía estamos en el mismo país que aparece en el cortometraje Mana Riqsisqa (Desconocido), presentado hace algunas semanas, sobre la Guerra del Pacífico.   La película muestra los conflictos entre los soldados peruanos en plena batalla de San Juan de Miraflores.    “Nosotros estamos defendiendo Lima, ¿pero acaso los limeños defenderían a nuestros pueblos?”, se pregunta uno de los soldados que ha sido reclutado forzosamente en la Sierra.

Hablar del patriotismo en el Perú será solamente una expresión retórica, hasta que el Estado no se decida a enfrentar el racismo y las brechas sociales.   

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lunes, enero 27, 2014

RP 496: La Liberación de Naplo

La víspera del fallo de La Haya, los integrantes de Ciudadanos Luchando contra el Racismo también nos propusimos recuperar para todos los peruanos una parte del mar.  Llegamos a Pucusana hacia las 9:30am y nos dirigimos a la Comisaría para avisar que íbamos a comprobar si seguía la segregación en las playas.  
La Comisaría se encuentra a poca distancia de la playa de Naplo y, si los policías hubieran querido, habrían podido intervenir cualquier domingo frente a la ocupación ilegal de parte de la playa.   Lo hubiera podido hacer también algún Fiscal, dado que el Ministerio Público anunció que tomarían cartas en el asunto frente a las diversas denuncias.  Lo mismo se puede decir de la propia Municipalidad de Pucusana, tomando en cuenta, además, que el lunes pasado el Alcalde Pedro Florián, anunció que no habría más tranqueras en las playas.
En realidad, como nosotros no teníamos total confianza ni en la Municipalidad, ni tampoco en la Policía o el Ministerio Público, decidimos comprobar por nuestra cuenta si en verdad había terminado la segregación que habíamos denunciado dos semanas atrás. 
Al llegar a Naplo, todavía había poca gente y comenzamos a repartir los volantes que habíamos preparado contra la segregación playera.   Nuestro texto, además de citar los artículos de la Constitución y la Ley 26856 que señalan que las playas pertenecen a todos los peruanos y prohíben restringir el libre tránsito en ellas, también incide en que las playas deben ser cuidadas y nadie tiene derecho de ensuciarlas.  
Volvimos a ver la famosa cuerda que usaban los vigilantes para impedir el paso.   En realidad, es la soga que sirve para sujetar las boyas y ahora estaba en el suelo, cubierta parcialmente por la arena.   Inicialmente, entonces, pensamos que el problema se había solucionado, aunque en cualquier momento podían volver a levantarla.    Nosotros pasamos sin problemas al “lado exclusivo” y allí hablamos con una señora que vendía helados y decía que los residentes se habían querido apropiar de toda la playa antes, pero que la gente de Pucusana se les había enfrentado.  
-Es que de esto vivimos.   Durante el invierno no viene nadie por acá.
Sin embargo, la situación no se había arreglado: hacia las 10am, pude ver que a dos señores que caminaban por la playa los vigilantes les impedían el acceso a la “zona prohibida”. Yo me acerqué a ellos y me explicaron que les habían dicho: “Esta parte es solamente para los residentes”.   
Les dimos los volantes y comenzamos a repartir a toda la gente del lado “popular”.  Varias personas nos contaron que todos los años sucedía lo mismo.
-Yo me quedo acá para no hacerme problema –nos comentó un señor que había traído a un grupo juvenil de una parroquia de Villa María del Triunfo.  Era lo que todos los veraneantes asiduos repetían.   De hecho, quienes pretendían pasar al “lado exclusivo” eran en su mayoría visitantes ocasionales. 
Para entonces, los vigilantes se habían dado cuenta de nuestra presencia e inclusive uno de ellos vino para pedir un volante.   Otro, mayor de barba y aspecto aún menos amigable que sus colegas, me tomó una fotografía. 
Los vigilantes nos seguían mirando, leían los volantes, pero comenzaron a permitir a las personas del lado “popular” que estaban paseando sin maletines o bolsas, que continuaran su camino por el “lado exclusivo”.    En varios momentos, algunos residentes se acercaban a hablar con los vigilantes, entre ellos, una señora que blandía uno de los  volantes.
El momento clave fue cuando un grupo de jóvenes, llevando mochilas y toallas, quiso pasar a sentarse en la arena.   Los vigilantes los rodearon para preguntarles si eran residentes, pero al mismo tiempo miraban hacia nuestro lado (y a nuestras cámaras) con nerviosismo.   Finalmente, les permitieron el paso:
-Pero no están llevando comida, ¿no?
Nosotros pasamos para ese lado y se nos acercó el vigilante mayor y barbudo.  Nos dio la mano y nos dijo:
-Miren, la playa es de todos, todos pueden pasar, pero lo que no queremos es que la gente ensucie.
Le replicamos que eso era lo que decía el volante, pero que no debían impedir el libre tránsito.
-No, eso no se hace –insistió él, pese a lo que habíamos visto ese día y hacía dos semanas-.  Las playas son libres –repitió dos veces.
A partir de entonces, los vigilantes ya no bloqueaban el paso ni estaban apostados dentro del agua para que los bañistas no pasaran la cuerda.   Nosotros nos bañamos en las “aguas prohibidas” sin ningún problema, como mucha gente.   Hacia las 12, llegaban varias familias al “lado exclusivo” o “ex lado exclusivo”, que ni sabían lo que había ocurrido allí.
Después de un buen rato observando la situación, nos retiramos, volviendo a repartir volantes a todas las personas que recién llegaban a la playa para que supieran dónde quejarse si volvía a suceder.       
No sólo las empresas pesqueras chilenas han perdido control sobre una parte del mar…  Lo mismo le sucedió ayer a los residentes de Naplo  y muchas personas pudieron disfrutar de las aguas del mar que les estaban prohibidas.   
Sin embargo, para que Naplo y el resto del litoral pueda ser disfrutado por todos los peruanos, no es suficiente la intervención de algunos activistas, sino de las autoridades peruanas.   La visita de ayer sirvió también para comprobar su lamentable pasividad cuando se trata de enfrentar los abusos de quienes tienen poder económico.   


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RP 495 Sobre Ghettos y Cercados

En estos tiempos, cuando se habla del “Cercado”, ningún habitante de la capital piensa en un lugar especialmente “cercado”.   Sin embargo, alguna vez, a fines del siglo XVI, cientos de limeños fueron confinados y los obligaron a trasladarse a la reducción de Santiago del Cercado, ubicada en parte de lo que actualmente consideramos Barrios Altos.   Se trataba de los indígenas, a quienes el régimen español buscaba separar del resto de la ciudad, reservado para las casas de los españoles y los criollos.   En dichas casas, claro, existía otra segregación, impuesta a los esclavos negros.
Lima ha cambiado mucho desde entonces: con la Independencia muchos españoles se marcharon y durante el resto del siglo XIX llegaron a Lima millares de europeos y asiáticos.   En el siglo XX fue el turno de los peruanos provenientes de todo el país, muchos de ellos de origen indígena.   
En la actualidad, pretender confinar a los limeños de origen indígena sería absurdo, pero sí es posible “autoconfinarse”, construir “cercados” para aislarse de ellos, en una especie de ghettos voluntarios, donde también, como en los tiempos coloniales, se mantiene la segregación a las trabajadoras del hogar.
El primer mecanismo para “autoconfinarse” fueron las urbanizaciones que surgieron desde los años sesenta, lo más alejadas que fuera posible de los migrantes.    Sin embargo, éstos no se quedaron en el centro de la ciudad, sino que llegaron a cerros y arenales.      De allí que, como en el antiguo Cercado, algunas urbanizaciones edificaron muros para “protegerse”, como ocurre en Las Casuarinas. 
Actualmente, los “cercados” surgen en muchos distritos, no necesariamente con carácter étnico, sino económico: se trata de condominios privados, algunos con parques en su interior.   Muchos nuevos edificios operan también de esta manera.   Hace unos meses, fui a visitar a un amigo pintor en un edificio de Lince y, pese a que él desde el intercomunicador me había abierto, un malgeniado vigilante no me quería dejar ingresar si no le entregaba mi DNI.  
La segregación étnica se ha mantenido en discotecas y playas, porque en ambos casos se trata de espacios de exhibición física y no es suficiente la capacidad económica para ser aceptado.     Las discotecas tuvieron que ceder después de las multas que recibieron, aunque el sistema de “listas” puede generar que solamente personas de algunos rasgos sean invitadas.
Las denuncias de este verano han mostrado que el ejemplo más visible de segregacionismo ocurre en las playas.  En algunos casos, con muros, garitas; en otros, con sogas, como en Naplo o con piedras pintadas de blanco, como en Huanchaco… y siempre con vigilantes que paradójicamente pertenecen al grupo de los excluidos.  Para quienes los contratan, no tiene mayor vigencia la ley 26856 que establece que las playas son de todos los ciudadanos.   “Y mucha gente que tiene casa en esos condominios allí suele hablar de derechos humanos y justicia social”, declara una profesora universitaria.   En la misma Lima, el Club Regatas ocupa buena parte de la playa.
Todas estas playas segregadas muestran que desde los tiempos de la reducción del Cercado la mentalidad de las élites no ha cambiado tanto.   Por eso, a quienes se esfuerzan en separarse de los demás no les preocupa que sus hijos desde niños crean que la segregación es natural y que “cada uno tiene su lugar” en la ciudad y la vida.  
Quien tiene una mentalidad segregacionista termina teniendo grandes dificultades para vincularse con sus compatriotas, aunque los tenga a poca distancia, como ocurre en algunas universidades: 
-Los alumnos nunca tienen expresiones racistas–señala un profesor de Historia Económica -, pero en cada salón, la división étnica es impresionante.
Hasta donde yo  sé, ninguna universidad se preocupa por enfrentar el problema.   Las más progresistas creen que, espontáneamente, los estudiantes irán conociendo a personas diferentes a sus familiares o sus amigos del colegio y abrirán sus horizontes.    Muchas veces ocurre, pero muchas veces no.   En una sociedad acostumbrada a clasificar a las personas, se pasa fácilmente de la segregación étnica a la segregación económica o también por distrito, por universidad de origen, por no tener automóvil y sigue un largo etcétera.    
Por el bien de nuestra ciudad y del Perú todas las instituciones públicas y privadas deberían luchar contra la mentalidad de ghetto, con mayor énfasis si se da en espacios educativos como un colegio o una universidad.   La propia gobernabilidad de la ciudad debería llevar a que la integración social sea una meta.   ¿Es tan difícil entenderlo?  

domingo, enero 19, 2014

RP 494: El Odio, las Playas y el Facebook

El 15 de enero, los integrantes del colectivo Ciudadanos Luchando contra el Racismo recibimos un sorprendente mensaje de Facebook, se decía que habían cancelado la página que fundamos en junio del 2012… por difundir lenguaje de odio.
Evidentemente, se trata de una medida totalmente absurda: una página que precisamente luchaba contra el odio racial era clausurada, mientras muchas páginas racistas o machistas subsisten muy campantes.   Nosotros siempre hemos evitado los insultos y hemos tenido que borrar comentarios de personas que creían que ofender a los blancos era una forma de luchar contra el racismo.   En la página hemos condenado toda forma de racismo, sea hacia andinos, blancos, afroperuanos, orientales, judíos, gitanos, amazónicos o mestizos.
También hemos evitado sumarnos a “linchamientos antirracistas”, es decir, cuando los medios de comunicación significan a un personaje público, generalmente una actriz y muchas personas los insultan ferozmente.   Para nuestro colectivo, el racismo está presente en todos los peruanos, también en quienes creen no serlo (esos que dicen "Yo no soy racista, pero...")   Por eso, también hemos siempre tenido cautela antes de realizar denuncias públicas y buscamos comprobarlas siempre, como hicimos el pasado fin de semana en Naplo.   
Precisamente,  creemos que la clausura de la página se debe a que comenzamos a denunciar la discriminación en Naplo, Playa Hermosa, Huanchaco y otras playas.   Por un lado, llegaban centenares de adhesiones, pero también recibíamos mensajes agresivos de personas que empleaban un discurso “higiénico” o “ecológico”, rechazando a las personas sucias (“cochinos” es el término más frecuente) que no saben cuidar las playas.    Nosotros hemos comprobado que impide el acceso inclusive a bañistas que no pueden ensuciar nada, porque aún dentro del agua se han establecido barreras.  Los rasgos físicos son el principal factor que usan los vigilantes para discernir quién tiene “cara de residente”.  
Probablemente, para los playeros racistas, nuestra página se convirtió en una amenaza para sus privilegios y por ello no han vacilado en denunciarla masivamente a Facebook.   No les importa si la sociedad peruana pierde un espacio para generar cambios sociales… porque no quieren esos cambios.   Por eso es que escriben con tanto odio.
Criticar el apartheid playero es una osadía muy grande, porque implica criticar un orden de cosas basado en que “todo el mundo tiene su lugar”, como declaró un individuo que participa nada menos que en el coro de la Catedral de Chiclayo.    Y esta segregación se basa en algo peor todavía, creo que para muchos peruanos su sentimiento de poder o su autoreconocimiento se basa en la posibilidad de humillar a otro.   Desde niños se puede aprender a menospreciar a otro por su colegio, su color, su lugar de origen. 
Estamos ante una terrible cadena de menosprecio y desdén, donde es difícil encontrar quiénes son solamente víctimas y muchos quisieran, al menos por un momento, ser victimarios.   Así,  el provinciano ninguneado en Lima, se comporta de manera altiva al regresar a su pueblo. 
Por eso, denunciar el racismo generalizado de nuestra sociedad es cuestionar un orden de cosas basado en jerarquías, pero también en humillación.   Es decirle a los compatriotas que  humillar a otro es una confesión de debilidad o de escasa autoestima.  Reconocer que el racismo existe implica admitir que es absurdo hablar de unidad nacional, patriotismo o amor por la comida peruana si se coloca una soga para que otros compatriotas no se bañen cerca de mí o si uno duerme cómodamente, mientras la trabajadora del hogar se encuentra confinada en una habitación inhumana. 
Muchas veces, no es que una persona esté explotando o abusando del débil… pero al menos siente que puede reírse de él.   Recuerdo la extrema violencia que sufrió hace unos años Mónica Carrillo, Presidenta de Lundú por denunciar el racismo del Negro Mama.   Los insultos y agresiones provenían muchas veces de gente que seguramente nunca alternaba con personas negras, pero siente que el humor racista es como una válvula de escape para sus propias tensiones, pues permite sentir que hay gente inferior a uno mismo.
Luchar contra el racismo es por eso un reto enorme, porque, ser racista en el Perú es casi una válvula de escape, un mecanismo de defensa o de supervivencia. 

El lunes pasado, la página Ciudadanos Luchando contra el Racismo fue restablecida.   Allí los esperamos para seguir promoviendo la lucha contra la discriminación racial en nuestro país.

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jueves, enero 09, 2014

RP 493 Las violentas "rondas urbanas"

Muchas personas han quedado conmocionadas al ver a un grupo de “ronderos urbanos” azotar a las trabajadoras de un club nocturno en Cajamarca, con el argumento que se trataba de prostitutas.    Semanas antes, cinco médicos y tres enfermeras fueron azotados por otra “ronda urbana” en Cutervo, por estar bailando en una discoteca.
En medio de la confusión que normalmente existe respecto a la administración de justicia comunitaria, había quienes creían que se trataba de “rondas campesinas” que estarían buscando moralizar Cajamarca.
En realidad, las “rondas urbanas” son un fenómeno relativamente nuevo: grupos de personas que, ante el crecimiento de la delincuencia, declaran que pondrán orden sancionando violentamente a los delincuentes.   Sin embargo, para ellos los delincuentes pueden ser personas ebrias, prostitutas, homosexuales, adúlteros… o deudores.   Sí, porque cuando alguien tiene un deudor moroso puede llamar a la ronda urbana para que golpee al remiso hasta que pague.    Los golpeadores, por supuesto, cobran una parte de la deuda.   
En un caso reciente, el deudor había pagado ya cuando la ronda lo golpeó brutalmente… y luego los agresores reclamaron al acreedor su pago, porque “habían cumplido con el trabajo”
Estos hechos muestran que estas “rondas urbanas” poco tienen que ver con justicia o con algún tipo de valor moral, aunque sí con el vacío de poder que puede existir en varias ciudades del norte del Perú.   De un lado, la Policía se muestra muchas veces incapaz de enfrentar la creciente delincuencia, pero la situación se complica porque muchos fiscales creen que su función es archivar denuncias (no hay ningún error en lo que he escrito, pues inclusive es una meta en algunas fiscalías), logrando de esta forma generar una sensación de impunidad.
Las rondas urbanas no tienen reconocimiento constitucional, legal o judicial.   En la ciudad de Cajamarca cuentan sí con el reconocimiento de la Municipalidad, que sin embargo, no es ningún aval para golpear personas o administrar justicia.   Lamentablemente, se han convertido en agrupaciones tan violentas que los propios jueces, fiscales o policías tienen temor de ser agredidos o también temor de que, si pretenden procesarlos, se les diga que están impidiendo a los ciudadanos defenderse de la delincuencia.  De hecho, un sector de la población, todavía considera que los crímenes que cometen los ronderos urbanos se justifican porque “la sociedad está corrompida” o porque “la gente no entiende de otra manera”.    
Lamentablemente, creo que existe un sector de magistrados y fiscales que prefiere lavarse las manos frente a estos hechos y también están quienes tienen una confusión con las rondas campesinas y creen que se está ante una forma de justicia comunal, producto de una “cultura diferente”.   Para algunos limeños, toda Cajamarca es una zona rural.
A diferencia de las rondas campesinas, que tuvieron inicialmente la asesoría de la Iglesia Católica para evitar situaciones violentas y buscaban solucionar los conflictos, estas “rondas urbanas” solamente emplean la agresión física de manera prepotente e irracional. 

Es indispensable, por lo tanto, la intervención de las autoridades para sancionar los últimos hechos de violencia ocurridos en Cajamarca y Cutervo.   Es fundamental también que las rondas campesinas, las auténticas, se pronuncien al respecto, deslindando con los castigos físicos que todavía suelen imponer.   

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