martes, febrero 18, 2014

RP 502: La Liberación de Ancón

-¡No están las sogas! –comentó un residente, sorprendido, al ingresar a la “zona restringida” en Playa Hermosa.
Apenas dos semanas antes habíamos visto que los residentes habían hecho cercar con cuerdas una parte de la playa.   Tenían a tres vigilantes con polo celeste apostados para que ningún veraneante distraído ingresara en la “zona restringida” y habían colocado unos avisos de la Municipalidad de Ancón a manera de tranqueras para impedir el paso.    Nosotros mismos vimos cómo los vigilantes impedían el tránsito a los veraneantes, pese a lo cual osamos sentarnos un tiempo en esa parte de la playa.
Llegó enfurecido un residente con polo a rayas, que había visto nuestros volantes a decirnos lo de siempre, que esa gente era sucia y que debíamos tomarle una foto a la basura que dejaban (exactamente lo mismo que decían los vigilantes de Naplo, con la diferencia que a las playas de Ancón, nadie lleva comida).    El amable señor regresó a su sombrilla y continuó bebiendo cerveza, porque él sí podía hacerlo.   Es más, una sumisa empleada esperaba las órdenes de los residentes para llevarles comidas y bebidas.  
Las fotos que tomamos de la “zona restringida” de Playa Hermosa, difundidas por las redes sociales y la revista Velaverde y nuestras gestiones ante la Defensoría del Pueblo parece que dieron resultado: las sogas y tranqueras habían sido retiradas.   Los vigilantes estaban cerca, pero ya no estaban uniformados ni impedían el paso, sino que conversaban con un vendedor de pelotas.   En esa zona cada sombrilla tenía el nombre de la familia residente, pero ya nadie hacía caso de la disposición.
Los cambios en Playa Hermosa fueron muy satisfactorios, pero no los únicos: en el malecón de Playa Norte, donde hacía una semana todavía se impedía el paso, ahora era posible ingresar tranquilamente.   Es más, en una de las bancas una pareja de no residentes estaba conversando.   En otra estaban sentados dos policías y les entregamos los volantes y les contamos lo que veníamos a hacer a Ancón.   Lo mismo habíamos hecho en la comisaría de Ancón e hicimos después con los policías y serenos que encontramos.
Sin embargo, los vigilantes de esa zona siguen allí, aunque sin uniforme.
-Por aquí no hay salida –dicen a veces a la gente, pero no impiden el paso. 
Ahora bien, los cambios en algunas playas no quieren decir que se haya solucionado del todo la segregación en Ancón ni la usurpación de las playas por una minoría.
Hicimos una prueba al respecto en la playa Los Enanos, sentándonos bajo una sombrilla de paja.   Llegaron tres vigilantes nerviosos a decirnos que íbamos a tener un problema con el “propietario”.    Nosotros le decíamos que la playa no tenía propietario, ni la sombra tampoco, pero que, si venía esa persona, nos retiraríamos.   Los vigilantes insistieron en que nos teníamos que ir en ese momento.   Decidimos quedarnos.
-Acá ha venido canal 4, canal 2.  Han hecho reportaje y todo ha seguido igual y seguirá igual –decía el mayor de los vigilantes.
-Pero ya no va a ser así –les indicó mi amigo Horacio.
En ese momento vimos a dos policías y los llamamos.   Curiosamente, eran los mismos con los que habíamos hablado en Playa Norte.
Los policías bajaron y conversaron con nosotros, mientras los vigilantes se dispersaron de inmediato.   Regresaron después, cordiales, a decirnos que el problema era más grave en Playa Hermosa:
-Ya no, señor.   Venimos de allí.
-Entonces vayan al Casino.   Allí verán cómo es.
Estuvimos un rato más y de allí pasamos a la zona del Casino.     y allí sucedió algo que no nos había pasado ni siquiera en Playa Hermosa: cuando nos vieron caminar por la arena, aparecieron cuatro vigilantes con polo rojo a decirnos:
-Están incomodando.   Esta playa es privada.
Pese a que les mostramos los volantes, siguieron insistiendo.   Solamente quedó decirles que llamaríamos a la policía como ya habíamos hecho y nos sentamos en la playa un buen rato.   Parece ser que el Casino de Ancón considera que esa parte de la playa es solamente para sus socios.  
Al salir, repartimos los volantes entre las personas que estaban en la zona cercana al casino y las personas que llegaban recién a la playa, recomendándoles que, si querían más espacio, aprovecharan la zona libre.
-¿Allí se puede pasar?  -nos preguntaron unos jóvenes.
-Claro que sí –les dijimos.
Después vimos que se habían ubicado a unos metros de la zona del Casino, pero todavía sin “incomodar” a los amables socios.

Desde arriba, los vigilantes del Casino nos miraban repartiendo volantes.   Ese día, encontré en La República un reportaje especial sobre la discriminación en Ancón.   Me causó una gran alegría ver que la mayor parte de situaciones que denunciaba ya se habían corregido… Esperemos que pronto el problema se solucione y los residentes de Ancón aprendan a convivir con sus compatriotas. 

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RP 501: Pasamos las Quinientas, pero la meta sigue muy lejos

Una meta deportiva, una misión o una empresa necesitan un punto de partida, a veces bastante simple,  como fue la primera RP allá por octubre del año 2004.   Y también necesitan constancia, como haber seguido escribiendo durante estos nueve años y medio. 

Muchas cosas ocurrieron durante este tiempo.   Algunas personas muy queridas ya no están más conmigo y muchas otras han aparecido, enriqueciendo mi vida, o reaparecido, como es el caso de muchos compañeros de colegio.   

Ahora siento que vivo en un país mucho más próspero que el del año 2004 y no solamente por el número de Starbucks o centros comerciales.     Es interesante ver cómo han descendido cifras como la mortalidad materno infantil y ha aumentado la esperanza de vida.   Sin embargo, encuentro que se mantienen situaciones graves, como la desigualdad, el racismo o la ceguera de los peruanos privilegiados para ver los problemas de sus compatriotas.

Al mismo tiempo, no deja de preocuparme el aterrador crecimiento de la violencia en ciudades como Trujillo con manifestaciones como extorsiones y sicarios que cada vez son más visibles en Lima.   De otro lado, me preocupa también cómo un fenómeno que yo respaldaba, las rondas campesinas, está actuando de manera cada vez más violenta. 

Un problema muy serio que ha ocurrido en estos diez años es la degradación de los medios de comunicación, a un punto que es muy semejante a la prensa envilecida durante los tiempos fujimoristas.   Los casos de Perú 21, El Comercio y Canal N, me hacen recordar el 2004 con nostalgia.   Además, la internet ha permitido que proliferen los comentarios violentos y agresivos en las páginas de los periódicos o revistas.  Por supuesto, suele haber una excusa moral para el odio:  fulanito es corrupto, la otra es racista, el otro es machista.   Aún la ternura hacia los animales se vuelve excusa para justificar la violencia, como se puede apreciar por las agresiones contra Tadashi Shimabukuro y muchas personas más.   Al mismo tiempo, ahora los blogs y el Facebook son muy útiles para difundir ideas.

Otro cambio dramático que he visto de cerca ha sido la crisis de las ONG.   Yo llevaba quince años trabajando en éstas cuando envié la primera RP.   Actualmente, me parece que se estuvieran volviendo un anacronismo.   En muchos casos se trata de la retirada de la cooperación internacional, pero en otros hay también una seria pérdida de rumbo.

Como resultado, muchas personas han migrado para el sector público, que hace diez años les habría parecido inalcanzable.   Algunos realmente están promoviendo políticas para ayudar a quienes más lo necesitan.  Otros, en cambio, se aferran ahora a sus puestos, a los sueldos y a algunos privilegios.   

En este contexto, con menos medios de comunicación serios y tantas ONGs en crisis, creo que es más importante que nunca que los ciudadanos comuniquemos aquellos temas que no se abordan normalmente.    Muchas veces puede ser incómodo o arriesgado, como cuando en tiempos de Alan García tuve que referirme a las ejecuciones de Trujillo o la masacre de Río Seco.    

En otros casos, más cotidianos, se trata de enfrentar los sentimientos peyorativos que tenemos los peruanos hacia nosotros mismos, como si fuéramos un país de personas deshonestas, desordenadas y malignas.   El ejemplo que suelo poner son los cobradores de combi, con los que converso todos los días.  Para mí están entre los trabajadores más explotados y sacrificados, pero muchos peruanos (que viajan y no viajan en combi) son incapaces de verlos como personas. 

Ahora bien, como todos ustedes saben, el eje de las RP es la discriminación y otro cambio importante es que actualmente creo que mucha gente acepta que este problema existe, al punto que hay quienes buscan manipularlo en su favor.   Sin embargo, siento que falta mucho por hacer a nivel de políticas públicas.  

Por eso pienso que haberles enviado disciplinadamente estos 501 artículos durante todo este tiempo puede sonar mucho, como los 2,000 metros que hice ayer por la mañana, pero para las metas de construir una sociedad más justa y más humana sigue siendo muy poco.   

He calculado que, cuando envíe la RP 2000, tendré 78 años, es decir el doble de la edad que tenía cuando envié la primera.  No puedo avizorar en qué sociedad estaremos viviendo en esos momentos, allá por el 2043, pero sé que dependerá de la sociedad que estamos construyendo ahora.   Por eso se trata de seguir trabajando juntos y sin descanso en esa tarea colectiva.   


Por sus recomendaciones, consejos y palabras de aliento durante estas 501 RP, muchas gracias.  

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RP 500: Racismo en Huancayo. Más allá de la condena

-¿Tú qué te has creído?   ¡Eres una llama, una llama!

Semejantes insultos los escuché un día de junio de 1986 y quien los profería era una chica de unos doce años.

Me encontraba en un ómnibus regresando de Trujillo donde había participado en un encuentro católico a nivel nacional y las  chicas que se insultaban provenían de un colegio religioso de Huancayo.   Tantos años después, por el hábito de la monja que las acompañaba, debían estudiar en un colegio salesiano.   Porque sí, había una monja que escuchaba impávida los insultos racistas de sus pupilas. 

Seguramente, las chicas que se insultaban ahora tienen hijos y no sé si seguirán usando la palabra llama como insulto.   Sin embargo, hace dos años en SEDAM, la empresa de abastecimiento de agua de Huancayo, la empleada Azucena Algendones fue insultada como “Negra cocodrilo” por una colega y desde entonces ha sufrido múltiples hostilizaciones laborales por atreverse a enfrentar estos hechos.

Pensé en estos casos ayer cuando escuché al Alcalde de Huancayo, Dimas Aliaga sostener, a raíz de los insultos que recibió el miércoles un futbolista brasileño, que los vecinos de dicha ciudad rechazan el racismo.    No es cierto: los huancaínos, como los pucallpinos, los limeños o los cajamarquinos practican el racismo cotidianamente.   La abrumadora mayoría de peruanos ha interiorizado que al más andino o al más negro se le puede humillar.    Esta vez hay una reacción pública, porque nada menos que una de las mujeres más poderosas del mundo, Dilma Rousseff, se ha pronunciado en defensa de su compatriota.

Hace un año, en febrero, cuando el futbolista Edgar Villamarín sufrió insultos similares en Cajamarca, no se pronunciaron ni el Alcalde de dicha ciudad, ni a mucha gente le pareció grave.   Tampoco cuando ocurrió hace unos meses en pleno Estadio Nacional con varios jugadores ecuatorianos durante las Eliminatorias para el Mundial.

Es más, el año pasado también el protagonista de insultos racistas no fueron anónimos hinchas sino un jugador del propio Real Garcilaso, Luis Guadalupe, quien denominó “serrano pezuñento” al futbolista Johan Fano.   Lo más sorprendente es que Guadalupe juega para un equipo cusqueño y no recibió mayor sanción de los directivos del club ni del entrenador Fredy García, que ahora ha pedido disculpas al equipo Cruzeiro y al futbolista Tinga.

Un hecho destacable es que, por primera vez, el Presidente Ollanta Humala ha condenado públicamente un incidente racista.    Sin embargo, hubiera sido mucho mejor que se hubiera pronunciado cuando fueron insultados los futbolistas Fano y Villamarín.    Si lo hubiera hecho, y en general, si esos insultos hubieran generado un rechazo extendido en ámbitos políticos y deportivos, probablemente los hinchas huancaínos lo habrían pensado dos veces antes de insultar a Tinga.

En realidad, pareciera que sólo se reacciona debido al rechazo internacional, cuando la víctima del racismo es un extranjero.   Hace unos años, sucedió lo mismo cuando una importante funcionaria jamaiquina fue impedida de ingresar a una discoteca en Miraflores o cuando a un profesor de Harvard le ocurrió lo mismo en el Café del Mar. Sin embargo, cuando el racismo ocurre entre los peruanos nos parece natural.   Así sucede en Ancón cuando policías y serenos ven cercada con cuerdas la parte exclusiva y cuando la publicidad racista de Plaza San Miguel  o Megaplaza es aceptada con naturalidad por todos los que acuden allí.  .    ¿Tendrá que suceder que a un futbolista brasileño le  impidan ingresar a las “áreas privadas” de Naplo o Ancón, para que reaccione el gobierno peruano? 

Quiero además llamar la atención sobre que los incidentes de racismo en los estadios ocurren contra jugadores afrodescendientes, porque en el Perú sigue pensándose que los negros merecen menos respeto y sigue siendo legítimo burlarse de ellos.   No es casualidad el éxito del Negro Mama y las protestas que se produjeron cuando Frecuencia Latina fue sancionada por transmitirlo. 

Por eso, aunque son muchos los peruanos que han condenado lo ocurrido en Huancayo, pero también los hay bastantes que intentaron minimizar los hechos asumiendo que es legítimo insultar a los afroperuanos o sostienen que la protesta se debe a que los brasileños perdieron ante el Real Garcilaso.   No faltaron también quienes se dedicaron a insultar a los huancaínos de manera absurda, llamándolos “racistas serranos ignorantes”. 

Es tiempo que los peruanos aceptemos que el racismo es un problema permanente, que se vincula a muchas otras formas de discriminación (social, económica, por lugar de origen o de residencia, apellido, sexo, actividad, etc.).   

Dilma Rousseff reacciona ofendida porque proviene de un país que lleva más de una década implementando políticas públicas contra el racismo, a través de la Secretaría de Promoción de la Igualdad Racial.     En el Perú aún no tenemos ninguna política pública para enfrentar el racismo en la Policía Nacional, el Poder Judicial o los colegios como aquel donde estudiaban las escolares huancaínas que mencioné al principio.   ¿No es tiempo de luchar contra este flagelo?


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RP 499: Del Amor por los Animales a la Violencia Irracional

Una noche de domingo en el Parque Kennedy de Miraflores.   Es julio del año 2012.   Han pasado pocos días desde que la policía mató a cinco personas en Bambamarca y Celendín y torturó a Marco Arana en la comisaría de Cajamarca.    Súbitamente escucho gritos y arengas.   Mi primer pensamiento es que se trata de una manifestación de protesta por esas muertes y todas las demás que se venían produciendo durante el primer año de gobierno de Ollanta Humala.  
Me acerco a los manifestantes, que cargaban banderolas y pancartas frente a la iglesia y me entero que gritaban porque, según ellos, en una de las torres del templo había un gatito que nadie alimentaba. 
He estado en muchas manifestaciones contra la impunidad, las violaciones a los derechos humanos o la corrupción, pero nunca había visto manifestantes tan exaltados y agresivos.     Su forma de ayudar al gato era insultar repetidas veces al párroco, llamándolo cura satánico, entre otras expresiones y ofender a todo el que se atreviera a sugerir que el famoso gato no existía o que ya había sido retirado.   Me pareció, por la forma como gesticulaban y gritaban, por su rechazo a entender las palabras que otros decían (interrumpiéndolos constantemente con insultos) que varios de ellos tenían graves problemas psicológicos.
La violenta protesta originó que la misa dominical tuviera que realizarse a puerta cerrada, con un cordón policial.   Los animalistas siguieron gritando durante varios días: el sábado siguiente lograron irrumpir en la iglesia, interrumpiendo sucesivamente una boda y un bautizo.   Me causaba perplejidad que aterrorizar a unos niños de pocos años de edad pudiera ser parte de una campaña por la ternura hacia los animales.     
Yo considero que las prácticas de maltrato a los animales como las peleas de gallos o corridas de toros deberían ser prohibidas, pero me preocupa que en el Perú el amor por los animales esté llevando cada vez a más personas a la violencia.    Hace años me quise sumar a una protesta antitaurina en la calle, pero me aparté debido a los insultos y las expresiones sanguinarias (“¡Córtate las venas!  ¡Queremos las orejas del torero!”).    Sé que muchos antitaurinos no son violentos, pero lamentablemente está creciendo la violencia de las personas que dicen defender a los animales.
El caso de Tadashi Shimabukuro resulta especialmente grotesco, porque él mató a un gato en el año 2008.    Aunque el Código Penal sanciona este hecho como falta, prescribió hace bastante tiempo.   Sin embargo, los violentos animalistas han acudido a su casa, lo han agredido con un megáfono y han seguido vociferando al punto que la familia ha tenido que mudarse.   De hecho, algunos se jactan que lo atacarán hasta volverlo loco y otros han amenazado con violar a su enamorada.
Me pregunto cuál es el límite entre el afecto “normal” por los animales y la desviación que refleja problemas psicológicos.  Algunas damas limeñas acaudaladas quieren tanto a sus perros que celebran su cumpleaños.   Es más, les realizan “fiestas temáticas”, en la que todos los perros de sus amigas ataviados como hawaianos o personajes de Viaje a las Estrellas.   A mí me aterra cuando en los manos de esas señoras, el animal ya no es un animal, sino una parodia de ser humano.     
En el otro extremo de la escala social, conozco al menos dos casos de mujeres que pasan serios problemas económicos, pero han decidido dejar de trabajar para dedicar todo su tiempo a atender a los gatos que recogen.   Sus familiares, que tampoco tienen muchos recursos, deben mantenerlas y mantener a sus gatos. 
Frente a quienes en el mismo parque Kennedy gastan mucho dinero en llevar comida a los gatos que allí se encuentran, muchas personas me dicen que son dueños de hacer lo que desean con su dinero.  Lo sorprendente es que, cuando se les pregunta por qué no ayudan a la gente pobre en el Perú, ellos sostienen que los pobres son malos o pueden robar o hacer daño.   Inclusive los niños pobres pueden robar.   Otros defensores de los animales racionalizan su preferencia, con el argumento que son seres indefensos, mientras los seres humanos pueden siempre defenderse.  
Yo creo que hay un tema de fondo: el menosprecio por los demás peruanos.  Lo he visto en varias ocasiones: cuando el perro Lay Fun mató de manera atroz a Wilson Paredes y la muerte de éste parecía merecida e irrelevante o cuando se produjeron trágicas muertes en el desalojo de la parada y para muchas personas, lo único trágico era la muerte de una yegua. 

En mi opinión, cualquier persona que haga una fiesta temática a un perro o que deje de trabajar para atender gatos, requiere ayuda profesional.    El problema es que el “amor” desproporcionado por los animales está llevando a formar grupos violentos, que insultan por internet, se agrupan para agredir a otras personas y amedrentarlas en sus casas.   ¿No deberían las autoridades intervenir? 

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RP 498: Segregación en Ancón

-Están haciendo limpieza –dice un joven vigilante en el malecón de Playa Norte -.  Por eso no se puede pasar.
En ese momento, una pareja, ambos altos y rubios, pasan trotando.   Los vigilantes les abren paso respetuosamente.   Ellos corren, dan la vuelta y siguen trotando por el malecón.  Una señora, con lentes oscuros pasa en su bicicleta también.      No vemos a nadie haciendo limpieza.
-¿Se referirá a “limpieza étnica”? –comenta mi amigo Horacio.
Es evidente que las restricciones ilegales en Ancón solamente se aplican a las personas que no lucen como ocupantes de los departamentos del malecón.     Los vigilantes aplican un criterio étnico para decidir a quién se le impide el paso y a quién ni siquiera se le pregunta adónde va.
En diversos lugares, además, los acceso a la playa están bloqueados con carteles de la Municipalidad de Ancón, que dicen en letras grandes y rojas PROHIBIDO INGRESAR y solo en letras pequeñas añade CON COMIDA.      ¿Hizo la Municipalidad así los carteles?    Lo sospechoso es que la Ordenanza mencionada se refiere al estacionamiento de vehículos.     
En otras playas nos damos cuenta que  existen zonas “reservadas”: si hay sombrillas blancas o de paja.   En Playa Hermosa, además, varias cuerdas cercan la zona reservada y cada sombrilla tiene el apellido de la familia segregacionista (Canaval, Natters y Pinglo son los apellidos que recuerdo).    En esas zonas, los varones juegan fulbito, pese a que los residentes se quejan que “los que vienen de fuera” precisamente hacen eso.    
En Playa Hermosa, dos muchachos osan pasar las cuerdas.   No llevan comida, ni mascotas, sino que simplemente quieren cortar camino hacia la salida al malecón.    Inmediatamente, los residentes hacen una señal y un vigilante de polo celeste, que parece tener su misma edad,  se les acerca y les dice:
-Esta es una playa privada – y los dos chicos deben salir.
Ante esta flagrante situación,  optamos por distribuir nuestros volantes contra la segregación en las playas a todas las personas que están de “este lado” de la cuerda y luego…  entramos a la zona prohibida.   En ese momento, el joven vigilante quiere levantarse, pero cuando ve que somos quienes repartíamos los volantes, se voltea mirando a otro lado.   Nosotros en cambio nos acercamos a él y a los demás vigilantes y les damos los volantes.   Acto seguido nos sentamos en la arena.  
Este gesto genera en la playa una conmoción entre los residentes, que no habíamos visto en Naplo o en Asia.    Nos lanzan miradas iracundas, comienzan a murmurar disgustados y se acercan enfurecidos a reclamarle a los vigilantes.   Cuando éstos les enseñan los volantes, la cólera los ciega.  
Un hombre de polo a rayas, gordo, casi calvo y canoso, llega furioso a decirnos que la gente “del otro lado” es sucia y sin cultura y que deberíamos fotografiar la basura que dejan.    Asentimos y nos quedamos un rato más, sintiendo el odio racial cada vez más fuerte a través de las miradas despectivas.   Cuando nos vamos, el hombre de polo a rayas sonríe y bebe su cerveza, triunfante.   Al costado de la zona reservada, una mujer, con delantal y libreta espera las órdenes de quien desee consumir más alimentos.    No se atreve a pisar la arena prohibida y espera sumisa ser llamada.    
No es verdad que las “zonas privadas” sean más limpias.  Encontramos bastante suciedad, cajetillas de cigarrillos, puchos y otros desperdicios.   Nos pareció curioso que los residentes pudieran pagar vigilantes, pero no personas que limpian. 
Para dar un panorama final: a lo largo del malecón de Ancón, pueden encontrarse tres tipos de personas: los residentes, en su abrumadora mayoría de ascendencia europea; los veraneantes, de rasgos mestizos o andinos y el personal de servicio de los residentes, físicamente muy parecidos a los veraneantes, pero que, para distinguirse de ellos, debe llevar polos de diferentes colores: rojo para los que pedalean los triciclos; celeste para los vigilantes de Playa Hermosa; amarillo para los empleados de la poderosa APANCON, la Asociación de Propietarios de Ancón, que, naturalmente, agrupa solo a los propietarios de los departamentos del malecón, no a todos los propietarios del distrito.
Un detalle importante: no vimos a ningún veraneante ebrio o con comida.   En realidad, los residentes se aíslan simplemente porque no quieren alternar con sus compatriotas.  
A pocos pasos del malecón, frente a la Municipalidad, se encuentra la estatua de Túpac Amaru y Micaela Bastidas, inaugurada por el actual Alcalde, John Barreda, que el año pasado promulgó una Ordenanza contra la discriminación que nadie en Ancón parece conocer.   

Si Túpac Amaru y Micaela Bastidas estuvieran vivos, tendrían mucho que hacer en Ancón.  

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RP 497 PATRIOTISMO EN UN PAÍS SEGREGADO

En los últimos días, con relación al fallo que debía dar la Corte de La Haya, los medios de comunicación han estado llenos de alusiones al patriotismo.
Sin embargo, a mi modo de ver, el verdadero patriotismo, es decir el amor por el país, implicaría promover una sociedad donde todos tengan los mismos derechos y oportunidades, especialmente los más olvidados.   En cambio, la asociación que los peruanos solemos hacer entre patriotismo y conflictos con los países limítrofes, genera un excesivo protagonismo a los militares, pese a que muchos médicos, profesores o ingenieros hacen bastante más por construir una sociedad mejor. 
Hace unos años, por ejemplo, después que se suscribió el Acuerdo de Paz con el Ecuador, muchas personas protestaron durante varias semanas en Iquitos, indignados por la entrega de Tiwintza.   Lo curioso es que las razones para protestar en Iquitos son numerosas: falta de servicios básicos, centralismo limeño, trata de personas.   Sin embargo, parecía que “la traición de Tiwintza” era una afrenta más grave que todo lo anterior.
Me parece que otro error frecuente en relación al patriotismo en el Perú es vincularlo excesivamente a las competencias deportivas.  El deporte contribuye a la salud y a la autoestima, pero no creo que la destreza deportiva se vincule necesariamente al amor por un país.   Lamento especialmente cuando los errores de un futbolista u otro deportista son considerados una muestra de su “falta de compromiso con el Perú”.    Además, es posible que existan deportistas muy hábiles, pero con un comportamiento cotidiano totalmente negativo.    En el Perú carecemos de una mentalidad más crítica respecto al deporte, como existe en Brasil, donde el propio Campeonato Mundial de Fútbol está generando muchas protestas de quienes consideran que es frívolo gastar en estadios cuando existen otras prioridades.   
En todo caso, uno de los graves peligros de la retórica patriótica es que los gobiernos autoritarios y/o impopulares pueden emplearla para invocar la unidad nacional y así convertir a los opositores en “traidores” o “enemigos de la patria”.    Un caso emblemático fue el último régimen militar en la Argentina frente al Mundial de 1978 y la guerra de Las Malvinas.  
En el caso peruano, además, la gran contradicción es hablar de patriotismo en una sociedad tan dividida por clase social, posición económica, rasgos físicos o lugar de residencia.  El fin de semana pasado, visitando Ancón, me quedé perplejo cuando vi todos estos factores juntos en la marcada separación que algunas familias han establecido, impidiendo el paso a otros veraneantes por las playas o parte del malecón.  La segregación era tan fuerte que parecía la Sudáfrica anterior a Mandela o los Estados Unidos antes de Martin Luther King.   
¿Cómo se puede hablar de unidad nacional cuando solamente ver que una persona de piel oscura camina cerca de la playa produce a algunos peruanos un sentimiento de odio visceral?   De hecho, el rechazo es tal que los segregacionistas ni siquiera se molestan en hablar con las personas que desprecian: para eso contratan vigilantes.   Debemos precisar, además, que no vimos a ningún veraneante llevando comida o mascotas a la playa.   Curiosamente, los únicos que bebían licor eran los usurpadores, que tenían además empleados que les llevaban comida.   
He escuchado muchas expresiones contrarias a los chilenos en estos días, pero debo decir que a mis amigos chilenos desconciertan mucho los odios internos entre los peruanos.
-Me gusta mucho tu país, pero es terrible lo mal que se tratan entre ustedes –me dijo un estudiante que solía visitar Lima.
Una anciana chilena me comentó:
-Yo estaba en Arica en un encuentro de jóvenes y tenía una amiga peruana.   Un día, llegó otra chica peruana, que tenía sombrero y trenzas, como las indígenas de allá.   Le dije a mi amiga para saludarla, pero ella me dijo que no podía hablar con ella.   Y yo no lo podía creer.
Hace unos años, en un avión escuché que conversaban un peruano y un chileno que vivían en Madrid: 
-He visto muchos peruanos que se reúnen en el Parque del Retiro –decía el chileno -.   Allí comen cebiche, beben Inca Kola…
-Sí lo sé –decía el peruano -, pero yo no puedo relacionarme con ellos.   Soy abogado.
-¿Estás hablando en serio?  -preguntó el chileno, también abogado, sorprendido.
En pleno 2014 todavía estamos en el mismo país que aparece en el cortometraje Mana Riqsisqa (Desconocido), presentado hace algunas semanas, sobre la Guerra del Pacífico.   La película muestra los conflictos entre los soldados peruanos en plena batalla de San Juan de Miraflores.    “Nosotros estamos defendiendo Lima, ¿pero acaso los limeños defenderían a nuestros pueblos?”, se pregunta uno de los soldados que ha sido reclutado forzosamente en la Sierra.

Hablar del patriotismo en el Perú será solamente una expresión retórica, hasta que el Estado no se decida a enfrentar el racismo y las brechas sociales.   

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