RP 495 Sobre Ghettos y Cercados
En
estos tiempos, cuando se habla del “Cercado”, ningún habitante de la capital piensa
en un lugar especialmente “cercado”. Sin
embargo, alguna vez, a fines del siglo XVI, cientos de limeños fueron
confinados y los obligaron a trasladarse a la reducción de Santiago del
Cercado, ubicada en parte de lo que actualmente consideramos Barrios Altos. Se trataba de los indígenas, a quienes el
régimen español buscaba separar del resto de la ciudad, reservado para las
casas de los españoles y los criollos.
En dichas casas, claro, existía otra segregación, impuesta a los esclavos
negros.
Lima
ha cambiado mucho desde entonces: con la Independencia muchos españoles se
marcharon y durante el resto del siglo XIX llegaron a Lima millares de europeos
y asiáticos. En el siglo XX fue el
turno de los peruanos provenientes de todo el país, muchos de ellos de origen
indígena.
En
la actualidad, pretender confinar a los limeños de origen indígena sería
absurdo, pero sí es posible “autoconfinarse”, construir “cercados” para
aislarse de ellos, en una especie de ghettos voluntarios, donde también, como
en los tiempos coloniales, se mantiene la segregación a las trabajadoras del
hogar.
El
primer mecanismo para “autoconfinarse” fueron las urbanizaciones que surgieron
desde los años sesenta, lo más alejadas que fuera posible de los
migrantes. Sin embargo, éstos no se
quedaron en el centro de la ciudad, sino que llegaron a cerros y arenales. De
allí que, como en el antiguo Cercado, algunas urbanizaciones edificaron muros
para “protegerse”, como ocurre en Las Casuarinas.
Actualmente,
los “cercados” surgen en muchos distritos, no necesariamente con carácter
étnico, sino económico: se trata de condominios privados, algunos con parques
en su interior. Muchos nuevos edificios operan también de esta
manera. Hace unos meses, fui a visitar
a un amigo pintor en un edificio de Lince y, pese a que él desde el
intercomunicador me había abierto, un malgeniado vigilante no me quería dejar
ingresar si no le entregaba mi DNI.
La
segregación étnica se ha mantenido en discotecas y playas, porque en ambos
casos se trata de espacios de exhibición física y no es suficiente la capacidad
económica para ser aceptado. Las discotecas tuvieron que ceder después de
las multas que recibieron, aunque el sistema de “listas” puede generar que solamente
personas de algunos rasgos sean invitadas.
Las
denuncias de este verano han mostrado que el ejemplo más visible de segregacionismo
ocurre en las playas. En algunos casos,
con muros, garitas; en otros, con sogas, como en Naplo o con piedras pintadas
de blanco, como en Huanchaco… y siempre con vigilantes que paradójicamente pertenecen
al grupo de los excluidos. Para quienes
los contratan, no tiene mayor vigencia la ley 26856 que establece que las
playas son de todos los ciudadanos. “Y mucha gente que tiene casa en esos
condominios allí suele hablar de derechos humanos y justicia social”, declara
una profesora universitaria. En la
misma Lima, el Club Regatas ocupa buena parte de la playa.
Todas
estas playas segregadas muestran que desde los tiempos de la reducción del
Cercado la mentalidad de las élites no ha cambiado tanto. Por eso, a quienes se esfuerzan en separarse
de los demás no les preocupa que sus hijos desde niños crean que la segregación
es natural y que “cada uno tiene su lugar” en la ciudad y la vida.
Quien
tiene una mentalidad segregacionista termina teniendo grandes dificultades para
vincularse con sus compatriotas, aunque los tenga a poca distancia, como ocurre
en algunas universidades:
-Los
alumnos nunca tienen expresiones racistas–señala un profesor de Historia
Económica -, pero en cada salón, la división étnica es impresionante.
Hasta
donde yo sé, ninguna universidad se
preocupa por enfrentar el problema. Las
más progresistas creen que, espontáneamente, los estudiantes irán conociendo a
personas diferentes a sus familiares o sus amigos del colegio y abrirán sus
horizontes. Muchas veces ocurre, pero
muchas veces no. En una sociedad
acostumbrada a clasificar a las personas, se pasa fácilmente de la segregación
étnica a la segregación económica o también por distrito, por universidad de origen,
por no tener automóvil y sigue un largo etcétera.
Por
el bien de nuestra ciudad y del Perú todas las instituciones públicas y
privadas deberían luchar contra la mentalidad de ghetto, con mayor énfasis si
se da en espacios educativos como un colegio o una universidad. La propia gobernabilidad de la ciudad
debería llevar a que la integración social sea una meta. ¿Es tan difícil entenderlo?
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home