lunes, enero 27, 2014

RP 495 Sobre Ghettos y Cercados

En estos tiempos, cuando se habla del “Cercado”, ningún habitante de la capital piensa en un lugar especialmente “cercado”.   Sin embargo, alguna vez, a fines del siglo XVI, cientos de limeños fueron confinados y los obligaron a trasladarse a la reducción de Santiago del Cercado, ubicada en parte de lo que actualmente consideramos Barrios Altos.   Se trataba de los indígenas, a quienes el régimen español buscaba separar del resto de la ciudad, reservado para las casas de los españoles y los criollos.   En dichas casas, claro, existía otra segregación, impuesta a los esclavos negros.
Lima ha cambiado mucho desde entonces: con la Independencia muchos españoles se marcharon y durante el resto del siglo XIX llegaron a Lima millares de europeos y asiáticos.   En el siglo XX fue el turno de los peruanos provenientes de todo el país, muchos de ellos de origen indígena.   
En la actualidad, pretender confinar a los limeños de origen indígena sería absurdo, pero sí es posible “autoconfinarse”, construir “cercados” para aislarse de ellos, en una especie de ghettos voluntarios, donde también, como en los tiempos coloniales, se mantiene la segregación a las trabajadoras del hogar.
El primer mecanismo para “autoconfinarse” fueron las urbanizaciones que surgieron desde los años sesenta, lo más alejadas que fuera posible de los migrantes.    Sin embargo, éstos no se quedaron en el centro de la ciudad, sino que llegaron a cerros y arenales.      De allí que, como en el antiguo Cercado, algunas urbanizaciones edificaron muros para “protegerse”, como ocurre en Las Casuarinas. 
Actualmente, los “cercados” surgen en muchos distritos, no necesariamente con carácter étnico, sino económico: se trata de condominios privados, algunos con parques en su interior.   Muchos nuevos edificios operan también de esta manera.   Hace unos meses, fui a visitar a un amigo pintor en un edificio de Lince y, pese a que él desde el intercomunicador me había abierto, un malgeniado vigilante no me quería dejar ingresar si no le entregaba mi DNI.  
La segregación étnica se ha mantenido en discotecas y playas, porque en ambos casos se trata de espacios de exhibición física y no es suficiente la capacidad económica para ser aceptado.     Las discotecas tuvieron que ceder después de las multas que recibieron, aunque el sistema de “listas” puede generar que solamente personas de algunos rasgos sean invitadas.
Las denuncias de este verano han mostrado que el ejemplo más visible de segregacionismo ocurre en las playas.  En algunos casos, con muros, garitas; en otros, con sogas, como en Naplo o con piedras pintadas de blanco, como en Huanchaco… y siempre con vigilantes que paradójicamente pertenecen al grupo de los excluidos.  Para quienes los contratan, no tiene mayor vigencia la ley 26856 que establece que las playas son de todos los ciudadanos.   “Y mucha gente que tiene casa en esos condominios allí suele hablar de derechos humanos y justicia social”, declara una profesora universitaria.   En la misma Lima, el Club Regatas ocupa buena parte de la playa.
Todas estas playas segregadas muestran que desde los tiempos de la reducción del Cercado la mentalidad de las élites no ha cambiado tanto.   Por eso, a quienes se esfuerzan en separarse de los demás no les preocupa que sus hijos desde niños crean que la segregación es natural y que “cada uno tiene su lugar” en la ciudad y la vida.  
Quien tiene una mentalidad segregacionista termina teniendo grandes dificultades para vincularse con sus compatriotas, aunque los tenga a poca distancia, como ocurre en algunas universidades: 
-Los alumnos nunca tienen expresiones racistas–señala un profesor de Historia Económica -, pero en cada salón, la división étnica es impresionante.
Hasta donde yo  sé, ninguna universidad se preocupa por enfrentar el problema.   Las más progresistas creen que, espontáneamente, los estudiantes irán conociendo a personas diferentes a sus familiares o sus amigos del colegio y abrirán sus horizontes.    Muchas veces ocurre, pero muchas veces no.   En una sociedad acostumbrada a clasificar a las personas, se pasa fácilmente de la segregación étnica a la segregación económica o también por distrito, por universidad de origen, por no tener automóvil y sigue un largo etcétera.    
Por el bien de nuestra ciudad y del Perú todas las instituciones públicas y privadas deberían luchar contra la mentalidad de ghetto, con mayor énfasis si se da en espacios educativos como un colegio o una universidad.   La propia gobernabilidad de la ciudad debería llevar a que la integración social sea una meta.   ¿Es tan difícil entenderlo?