RP 498: Segregación en Ancón
-Están
haciendo limpieza –dice un joven vigilante en el malecón de Playa Norte -. Por eso no se puede pasar.
En
ese momento, una pareja, ambos altos y rubios, pasan trotando. Los vigilantes les abren paso
respetuosamente. Ellos corren, dan la
vuelta y siguen trotando por el malecón.
Una señora, con lentes oscuros pasa en su bicicleta también. No vemos a nadie haciendo limpieza.
-¿Se
referirá a “limpieza étnica”? –comenta mi amigo Horacio.
Es
evidente que las restricciones ilegales en Ancón solamente se aplican a las
personas que no lucen como ocupantes de los departamentos del malecón. Los vigilantes aplican un criterio étnico
para decidir a quién se le impide el paso y a quién ni siquiera se le pregunta
adónde va.
En
diversos lugares, además, los acceso a la playa están bloqueados con carteles de
la Municipalidad de Ancón, que dicen en letras grandes y rojas PROHIBIDO INGRESAR
y solo en letras pequeñas añade CON COMIDA.
¿Hizo la Municipalidad así los carteles? Lo sospechoso
es que la Ordenanza mencionada se refiere al estacionamiento de vehículos.
En
otras playas nos damos cuenta que existen
zonas “reservadas”: si hay sombrillas blancas o de paja. En Playa Hermosa, además, varias cuerdas
cercan la zona reservada y cada sombrilla tiene el apellido de la familia
segregacionista (Canaval, Natters y Pinglo son los apellidos que recuerdo). En
esas zonas, los varones juegan fulbito, pese a que los residentes se quejan que
“los que vienen de fuera” precisamente hacen eso.
En
Playa Hermosa, dos muchachos osan pasar las cuerdas. No llevan comida, ni mascotas, sino que
simplemente quieren cortar camino hacia la salida al malecón. Inmediatamente, los residentes hacen una
señal y un vigilante de polo celeste, que parece tener su misma edad, se les acerca y les dice:
-Esta
es una playa privada – y los dos chicos deben salir.
Ante
esta flagrante situación, optamos por
distribuir nuestros volantes contra la segregación en las playas a todas las
personas que están de “este lado” de la cuerda y luego… entramos a la zona prohibida. En ese momento, el joven vigilante quiere
levantarse, pero cuando ve que somos quienes repartíamos los volantes, se
voltea mirando a otro lado. Nosotros en
cambio nos acercamos a él y a los demás vigilantes y les damos los
volantes. Acto seguido nos sentamos en
la arena.
Este
gesto genera en la playa una conmoción entre los residentes, que no habíamos
visto en Naplo o en Asia. Nos lanzan
miradas iracundas, comienzan a murmurar disgustados y se acercan enfurecidos a
reclamarle a los vigilantes. Cuando
éstos les enseñan los volantes, la cólera los ciega.
Un
hombre de polo a rayas, gordo, casi calvo y canoso, llega furioso a decirnos
que la gente “del otro lado” es sucia y sin cultura y que deberíamos
fotografiar la basura que dejan.
Asentimos y nos quedamos un rato más, sintiendo el odio racial cada vez más
fuerte a través de las miradas despectivas.
Cuando nos vamos, el hombre de polo a rayas sonríe y bebe su cerveza,
triunfante. Al costado de la zona
reservada, una mujer, con delantal y libreta espera las órdenes de quien desee
consumir más alimentos. No se atreve a
pisar la arena prohibida y espera sumisa ser llamada.
No
es verdad que las “zonas privadas” sean más limpias. Encontramos bastante suciedad, cajetillas de
cigarrillos, puchos y otros desperdicios.
Nos pareció curioso que los residentes pudieran pagar vigilantes, pero
no personas que limpian.
Para
dar un panorama final: a lo largo del malecón de Ancón, pueden encontrarse tres
tipos de personas: los residentes, en su abrumadora mayoría de ascendencia
europea; los veraneantes, de rasgos mestizos o andinos y el personal de
servicio de los residentes, físicamente muy parecidos a los veraneantes, pero
que, para distinguirse de ellos, debe llevar polos de diferentes colores: rojo para
los que pedalean los triciclos; celeste para los vigilantes de Playa Hermosa;
amarillo para los empleados de la poderosa APANCON, la Asociación de
Propietarios de Ancón, que, naturalmente, agrupa solo a los propietarios de los
departamentos del malecón, no a todos los propietarios del distrito.
Un
detalle importante: no vimos a ningún veraneante ebrio o con comida. En realidad, los residentes se aíslan
simplemente porque no quieren alternar con sus compatriotas.
A
pocos pasos del malecón, frente a la Municipalidad, se encuentra la estatua de
Túpac Amaru y Micaela Bastidas, inaugurada por el actual Alcalde, John Barreda,
que el año pasado promulgó una Ordenanza contra la discriminación que nadie en
Ancón parece conocer.
Si
Túpac Amaru y Micaela Bastidas estuvieran vivos, tendrían mucho que hacer en
Ancón.
Etiquetas: Ancón, APANCON, playas, playas peruanas, Racismo, segregación, Túpac Amaru
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