RP 492 La CIudad y la Desigualdad
“Se
debe terminar con las desigualdades económicas y sociales que nos
amenazan... Incrementaré los impuestos
a los ricos… Lucharé contra la
injusticia... Enfrentaré la crisis de
inequidad que vivimos…”
Quien
realizó todos estos anuncios no era un político chavista latinoamericano, sino
el nuevo Alcalde de Nueva York, Bill De Blassio, en su discurso al asumir el
cargo el pasado 1° de enero. De Blassio,
que fue elegido por el 73% de los votos, ha insistido repetidas veces que en
Nueva York coexisten “dos ciudades”, una elitista (donde el 1% la pasa muy
bien) y otra llena de necesidades.
Horas
antes, en El Vaticano, durante la tradicional Misa de Acción de Gracias de fin
de año el Papa Francisco denunció que muchos de los antiguos habitantes de Roma
se contentan con tener una ciudad llena de monumentos para “tarjeta postal” (en
su mayoría gracias a los Papas anteriores) y se olvidan de las necesidades
cotidianas de todos los refugiados y migrantes que viven en la misma
ciudad.
Mientras
en otros países se escuchan estas denuncias contra la desigualdad urbana, en
las ciudades peruanas parecemos acostumbrados a una desigualdad tan o más
intensa que la existente en Roma o Nueva York.
De hecho, cualquier líder político o dirigente social que empleara las
expresiones del Papa o de De Blassio sería acusado en el Perú de fomentar el
resentimiento y el conflicto social.
Este
pacto de no hablar sobre lo que todos vemos está muy extendido en una ciudad
como Lima, donde es lacerante la desigualdad.
Es verdad que muchas familias de Comas, San Juan de Lurigancho o Villa
El Salvador actualmente pueden ser consideradas de clase media, pero no deja de
ser chocante revisar los indicadores de cuántas personas no tienen acceso al
agua potable, servicios adecuados de salud o una vivienda digna. Ahora, además, la desigualdad se puede
apreciar de manera panorámica desde las alturas del Tren Eléctrico: se ve a Las
Casuarinas y Pamplona en el mismo cerro, pero separadas por varios muros y una
extensa de “zona de amortiguamiento” que impide el contacto. Allí, la metáfora de De Blassio sobre las
“dos ciudades” se hace claramente visible.
Aún
en distritos acomodados se aprecia la desigualdad, como en las urbanizaciones
de La Molina o Surco donde no existen veredas y las trabajadoras del hogar, los
jardineros o cualquier otro visitante arriesgan sus vidas, sin que esto
preocupe mucho a las Municipalidades de esos lugares. Tampoco les molesta a los funcionarios
municipales autorizar la construcción de nuevas viviendas donde se confina a la
trabajadora del hogar a una habitación minúscula.
En
realidad, las desigualdades de carácter social se reflejan y refuerzan desde la
misma división de la ciudad en distritos, que origina que los recursos de los
barrios más ricos se queden en ellas.
“Sería absurdo que los impuestos que paga la gente de Leblón se gastaran
allí”, me decían unos amigos de Río de Janeiro. En Lima ese absurdo es normal. De esta manera, en algunos distritos sobra tanto
dinero que se gasta en para iluminar árboles (con reflectores encendidos hasta
de madrugada). La división en distritos
fragmenta la identidad como limeños y genera inclusive sentimientos de feudos,
como los conflictos entre Magdalena y San Isidro por el control de una zona
adinerada o la reciente “toma de
posesión” de Surco de una parte de Chorrillos, cuyos habitantes sienten poco en
común con el resto de su distrito.
Una
de las peores consecuencias de la desigualdad urbana es que se convierte en
caldo de cultivo para la delincuencia.
Sucede así en Centroamérica, Brasil y Venezuela, pero también en las
prósperas ciudades del norte del Perú, donde la violencia parece incrementarse
de la mano con los nuevos centros comerciales. De hecho, el crecimiento económico, cuando
sólo favorece a un sector de la población, puede incrementar la
desigualdad. Otra consecuencia más
extendida (al punto que muchos la consideran natural) es la desconfianza que
unos peruanos sienten hacia otros por su color de piel, su apellido y, especialmente,
el lugar donde viven.
En
ese contexto, me ha conmovido saber que en la última noche del 2013, 400
voluntarios prepararon y repartieron alimentos a gente que vive en la calle… en
Buenos Aires. En Lima, solamente los
gatos del parque Kennedy reciben una atención similar. Es más, algunas personas sostienen que
prefieren apoyar así a los animales, habiendo mucha gente pobre, porque los
pobres, aún los niños, podían ser malos y los animales no.
En
las próximas semanas, se celebrará un nuevo aniversario de nuestra ciudad con
ceremonias protocolares, y una gran verbena, la última de la gestión de Susana
Villarán. Lo importante sería
aprovechar cada aniversario para saber qué se hace por reducir la desigualdad. El primer paso debería ser reconocer que
existe e indignarse por ello.
Etiquetas: Desigualdad, discriminación, distritos, La Molina, Municipalidades, Nueva York, Papa Francisco, peatones, pobreza, Surco
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