martes, enero 07, 2014

RP 492 La CIudad y la Desigualdad

“Se debe terminar con las desigualdades económicas y sociales que nos amenazan...   Incrementaré los impuestos a los ricos…  Lucharé contra la injusticia...   Enfrentaré la crisis de inequidad que vivimos…”
Quien realizó todos estos anuncios no era un político chavista latinoamericano, sino el nuevo Alcalde de Nueva York, Bill De Blassio, en su discurso al asumir el cargo el pasado 1° de enero.  De Blassio, que fue elegido por el 73% de los votos, ha insistido repetidas veces que en Nueva York coexisten “dos ciudades”, una elitista (donde el 1% la pasa muy bien) y otra llena de necesidades. 
Horas antes, en El Vaticano, durante la tradicional Misa de Acción de Gracias de fin de año el Papa Francisco denunció que muchos de los antiguos habitantes de Roma se contentan con tener una ciudad llena de monumentos para “tarjeta postal” (en su mayoría gracias a los Papas anteriores) y se olvidan de las necesidades cotidianas de todos los refugiados y migrantes que viven en la misma ciudad. 
Mientras en otros países se escuchan estas denuncias contra la desigualdad urbana, en las ciudades peruanas parecemos acostumbrados a una desigualdad tan o más intensa que la existente en Roma o Nueva York.   De hecho, cualquier líder político o dirigente social que empleara las expresiones del Papa o de De Blassio sería acusado en el Perú de fomentar el resentimiento y el conflicto social. 

Este pacto de no hablar sobre lo que todos vemos está muy extendido en una ciudad como Lima, donde es lacerante la desigualdad.    Es verdad que muchas familias de Comas, San Juan de Lurigancho o Villa El Salvador actualmente pueden ser consideradas de clase media, pero no deja de ser chocante revisar los indicadores de cuántas personas no tienen acceso al agua potable, servicios adecuados de salud o una vivienda digna.   Ahora, además, la desigualdad se puede apreciar de manera panorámica desde las alturas del Tren Eléctrico: se ve a Las Casuarinas y Pamplona en el mismo cerro, pero separadas por varios muros y una extensa de “zona de amortiguamiento” que impide el contacto.   Allí, la metáfora de De Blassio sobre las “dos ciudades” se hace claramente visible.


Aún en distritos acomodados se aprecia la desigualdad, como en las urbanizaciones de La Molina o Surco donde no existen veredas y las trabajadoras del hogar, los jardineros o cualquier otro visitante arriesgan sus vidas, sin que esto preocupe mucho a las Municipalidades de esos lugares.   Tampoco les molesta a los funcionarios municipales autorizar la construcción de nuevas viviendas donde se confina a la trabajadora del hogar a una habitación minúscula. 
En realidad, las desigualdades de carácter social se reflejan y refuerzan desde la misma división de la ciudad en distritos, que origina que los recursos de los barrios más ricos se queden en ellas.   “Sería absurdo que los impuestos que paga la gente de Leblón se gastaran allí”, me decían unos amigos de Río de Janeiro.   En Lima ese absurdo es normal.   De esta manera, en algunos distritos sobra tanto dinero que se gasta en para iluminar árboles (con reflectores encendidos hasta de madrugada).   La división en distritos fragmenta la identidad como limeños y genera inclusive sentimientos de feudos, como los conflictos entre Magdalena y San Isidro por el control de una zona adinerada o la reciente  “toma de posesión” de Surco de una parte de Chorrillos, cuyos habitantes sienten poco en común con el resto de su distrito.
Una de las peores consecuencias de la desigualdad urbana es que se convierte en caldo de cultivo para la delincuencia.   Sucede así en Centroamérica, Brasil y Venezuela, pero también en las prósperas ciudades del norte del Perú, donde la violencia parece incrementarse de la mano con los nuevos centros comerciales.    De hecho, el crecimiento económico, cuando sólo favorece a un sector de la población, puede incrementar la desigualdad.  Otra consecuencia más extendida (al punto que muchos la consideran natural) es la desconfianza que unos peruanos sienten hacia otros por su color de piel, su apellido y, especialmente, el lugar donde viven. 
En ese contexto, me ha conmovido saber que en la última noche del 2013, 400 voluntarios prepararon y repartieron alimentos a gente que vive en la calle… en Buenos Aires.   En Lima, solamente los gatos del parque Kennedy reciben una atención similar.  Es más, algunas personas sostienen que prefieren apoyar así a los animales, habiendo mucha gente pobre, porque los pobres, aún los niños, podían ser malos y los animales no. 

En las próximas semanas, se celebrará un nuevo aniversario de nuestra ciudad con ceremonias protocolares, y una gran verbena, la última de la gestión de Susana Villarán.   Lo importante sería aprovechar cada aniversario para saber qué se hace por reducir la desigualdad.    El primer paso debería ser reconocer que existe e indignarse por ello.  

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