Reflexiones Peruanas Nº 240: Entre Bocinazos y Pregoneros
-¿Quiere usted hacer el pacto del silencio? –le pregunto a veces a algunos taxistas, cuando se ha logrado establecer un diálogo cordial.
-¿Cómo es eso?
-Hasta que yo me baje, por favor, no toque el claxon.
El uso constante de la bocina es uno de los principales ingredientes del ruido que padecemos los habitantes de las ciudades peruanas. Hay quienes lo justifican como una reacción frente a infracciones que serían impensables en otras latitudes. Por ejemplo, el claxon permite decir: “¡Avanza, no te quedes una hora esperando llenar tu combi!” o “¡No te cruces así, salvaje!”.
Se usa también para enfrentar la indecisión de otro conductor: “¡Tienes paso libre, acelera!” o para apurar el regateo entre un taxista y sus posibles pasajeros: “¡Decídanse ya, que estoy esperando!”. Igualmente, un bocinazo sirve de advertencia a un peatón díscolo: “¡No cruces corriendo en medio de los autos!” o como protesta frente a una mujer policía indiferente: “¡Danos pase, que estamos esperando ya diez minutos!”.
En todos estos casos, podría ser comprensible que un conductor tenso recurra al bocinazo, pero de esta forma se afecta a muchas personas que nada tenían que ver con los hechos.
Los conductores habituados a usar claxon terminan recurriendo a él también para situaciones donde a una persona sensata sólo le queda la resignación: si el otro vehículo no puede avanzar porque ha sufrido una avería o si están subiendo cuatro ancianos a un taxi.
Con mucha frecuencia, el claxon de por sí es una forma de prepotencia, para amedrentar a otros conductores “¡Yo paso primero!” o para amenazar a los peatones: ¡Si sigues cruzando, te aplasto, infeliz! Se usa para insultar a los demás choferes “¡Avanza, que ya cambió la luz, imbécil!” o conminarlos a cometer una infracción: “Pásate la luz roja, que seguro el semáforo está malogrado”. Finalmente, tenemos que muchos taxistas lo emplean para decir: “Amigo, ¿no quiere taxi?”.
A partir del 9 de marzo, la Municipalidad de Miraflores ha dispuesto sancionar a todos los que empleen el claxon, sea por prepotencia, desahogo, protesta o costumbre. El éxito de esta norma es fundamental, no sólo para la tranquilidad de los miraflorinos, sino para más de medio millón de personas que todos los días visita este distrito por motivos de trabajo, estudio, compras, turismo o distracción. Sin embargo, los bocinazos no son el único de los ruidos molestos vinculados al tráfico.
Un factor importante son los propios policías, tocando sus silbatos incesantemente, como contribución oficial al caos urbano. Pueden ser también muy incómodas las alarmas de los vehículos y, en lugares como Magdalena o Comas, los esquivos mototaxis. Además, en todas las avenidas principales resuenan los gritos de los cobradores llamando a los pasajeros. Yo pensaba que ésta era una herencia de los antiguos pregoneros limeños, hasta que escuché a los cobradores de La Paz “¡El Alto, El Alto! ¡Sopocachi, Calacoto!” y Río de Janeiro “¡Copacabana, Copacabana! ¡Todo Ipanema, Leblón!”.
En algunos casos, la solución para los ruidos no está sólo en sancionar, sino en enfrentar el problema subyaciente. Por ejemplo, sin los gritos de los cobradores, muchas personas no sabrían cuál combi abordar. Resulta interesante reflexionar que en muchos países todas las líneas de transporte público tienen el mismo color, pero nadie grita los recorridos: los ciudadanos se guían por el número y para los desinformados, hay mapas con todas las rutas.
En Lima, hasta los años setenta, estos mapas existían, eran muy prácticos y nadie pregonaba las rutas. Las municipalidades podrían muy bien imprimir los mapas, distribuirlos entre los ciudadanos y colocarlos en los paraderos, para que los gritos de los cobradores pasen al olvido. Por ahora, gracias a la instalación de paraderos en Petit Thouars, Arenales y Arequipa, los cobradores sólo gritan cuando la combi se detiene, cada cuatro o cinco cuadras.
Otra medida que indirectamente reduce mucho los bocinazos, silbatos, mototaxis y gritos es la instalación de vías peatonales, como ha sucedido recientemente en Cusco, Huamanga y Arequipa, reduciendo también la contaminación.
Una persona puede hacer su propia lucha contra los ruidos. La mayoría de mis amigos jamás usa el claxon, salvo una extrema emergencia. Un amigo médico ofrece al taxista un sol más a cambio que respete las normas de tránsito, mantenga la música en un volumen aceptable y no toque el claxon. En mi caso, el recurso al “pacto de silencio” es bastante eficaz. Algún taxista se ha quejado al principio, pero normalmente, aceptan sin mayores problemas y uno puede viajar con tranquilidad.
Esperamos que, primero en Miraflores y luego en los demás distritos y ciudades, el temor a la sanción consiga que se reduzcan los bocinazos. Mientras tanto, será muy importante también el aporte de cada uno de nosotros para la tranquilidad de todos.
-¿Cómo es eso?
-Hasta que yo me baje, por favor, no toque el claxon.
El uso constante de la bocina es uno de los principales ingredientes del ruido que padecemos los habitantes de las ciudades peruanas. Hay quienes lo justifican como una reacción frente a infracciones que serían impensables en otras latitudes. Por ejemplo, el claxon permite decir: “¡Avanza, no te quedes una hora esperando llenar tu combi!” o “¡No te cruces así, salvaje!”.
Se usa también para enfrentar la indecisión de otro conductor: “¡Tienes paso libre, acelera!” o para apurar el regateo entre un taxista y sus posibles pasajeros: “¡Decídanse ya, que estoy esperando!”. Igualmente, un bocinazo sirve de advertencia a un peatón díscolo: “¡No cruces corriendo en medio de los autos!” o como protesta frente a una mujer policía indiferente: “¡Danos pase, que estamos esperando ya diez minutos!”.
En todos estos casos, podría ser comprensible que un conductor tenso recurra al bocinazo, pero de esta forma se afecta a muchas personas que nada tenían que ver con los hechos.
Los conductores habituados a usar claxon terminan recurriendo a él también para situaciones donde a una persona sensata sólo le queda la resignación: si el otro vehículo no puede avanzar porque ha sufrido una avería o si están subiendo cuatro ancianos a un taxi.
Con mucha frecuencia, el claxon de por sí es una forma de prepotencia, para amedrentar a otros conductores “¡Yo paso primero!” o para amenazar a los peatones: ¡Si sigues cruzando, te aplasto, infeliz! Se usa para insultar a los demás choferes “¡Avanza, que ya cambió la luz, imbécil!” o conminarlos a cometer una infracción: “Pásate la luz roja, que seguro el semáforo está malogrado”. Finalmente, tenemos que muchos taxistas lo emplean para decir: “Amigo, ¿no quiere taxi?”.
A partir del 9 de marzo, la Municipalidad de Miraflores ha dispuesto sancionar a todos los que empleen el claxon, sea por prepotencia, desahogo, protesta o costumbre. El éxito de esta norma es fundamental, no sólo para la tranquilidad de los miraflorinos, sino para más de medio millón de personas que todos los días visita este distrito por motivos de trabajo, estudio, compras, turismo o distracción. Sin embargo, los bocinazos no son el único de los ruidos molestos vinculados al tráfico.
Un factor importante son los propios policías, tocando sus silbatos incesantemente, como contribución oficial al caos urbano. Pueden ser también muy incómodas las alarmas de los vehículos y, en lugares como Magdalena o Comas, los esquivos mototaxis. Además, en todas las avenidas principales resuenan los gritos de los cobradores llamando a los pasajeros. Yo pensaba que ésta era una herencia de los antiguos pregoneros limeños, hasta que escuché a los cobradores de La Paz “¡El Alto, El Alto! ¡Sopocachi, Calacoto!” y Río de Janeiro “¡Copacabana, Copacabana! ¡Todo Ipanema, Leblón!”.
En algunos casos, la solución para los ruidos no está sólo en sancionar, sino en enfrentar el problema subyaciente. Por ejemplo, sin los gritos de los cobradores, muchas personas no sabrían cuál combi abordar. Resulta interesante reflexionar que en muchos países todas las líneas de transporte público tienen el mismo color, pero nadie grita los recorridos: los ciudadanos se guían por el número y para los desinformados, hay mapas con todas las rutas.
En Lima, hasta los años setenta, estos mapas existían, eran muy prácticos y nadie pregonaba las rutas. Las municipalidades podrían muy bien imprimir los mapas, distribuirlos entre los ciudadanos y colocarlos en los paraderos, para que los gritos de los cobradores pasen al olvido. Por ahora, gracias a la instalación de paraderos en Petit Thouars, Arenales y Arequipa, los cobradores sólo gritan cuando la combi se detiene, cada cuatro o cinco cuadras.
Otra medida que indirectamente reduce mucho los bocinazos, silbatos, mototaxis y gritos es la instalación de vías peatonales, como ha sucedido recientemente en Cusco, Huamanga y Arequipa, reduciendo también la contaminación.
Una persona puede hacer su propia lucha contra los ruidos. La mayoría de mis amigos jamás usa el claxon, salvo una extrema emergencia. Un amigo médico ofrece al taxista un sol más a cambio que respete las normas de tránsito, mantenga la música en un volumen aceptable y no toque el claxon. En mi caso, el recurso al “pacto de silencio” es bastante eficaz. Algún taxista se ha quejado al principio, pero normalmente, aceptan sin mayores problemas y uno puede viajar con tranquilidad.
Esperamos que, primero en Miraflores y luego en los demás distritos y ciudades, el temor a la sanción consiga que se reduzcan los bocinazos. Mientras tanto, será muy importante también el aporte de cada uno de nosotros para la tranquilidad de todos.
Etiquetas: combis, Miraflores, Municipalidades, ruidos molestos
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