domingo, febrero 01, 2009

Reflexiones Peruanas Nº 237: El Tablista Madrugador


5:45 de la mañana. Hay pocos pasajeros en la combi que me lleva por la avenida Arequipa hacia Miraflores, donde espero nadar al menos 2,000 metros en la piscina.

Pasando Santa Cruz, en medio de la penumbra, un individuo de abundante cabellera alza la mano para que la combi se detenga. Por su short encendido, su casaca con las mangas remangadas, sus sandalias y la toalla que lleva en la mano, deduzco que es un tablista que quiere aprovechar las primeras olas del día.

-China hasta Balta[1] –le dice al cobrador y se recuesta con desenfado, como si estuviera en algún sillón de su casa.

Al cobrador sólo le queda aceptar la moneda de cincuenta céntimos, pese a que lo llevará casi treinta cuadras.

Es el primero de muchos pasajeros que durante el día procurarán pagarle lo mínimo indispensable. Los peruanos nos consideramos normalmente un pueblo generoso, pero dudo que los cobradores de combi estén de acuerdo en ello… y tampoco los taxistas. Es más, con frecuencia escucho personas jactarse de cuán barato les salió el taxi, gracias a un conminante regateo. El empleado de una AFP sonríe satisfecho: “Yo salgo temprano para mi trabajo, porque sé que si soy el primer pasajero, el taxista atracará cualquier precio”.

En una sociedad, donde se vive tanto de apariencias y ostentación, pareciera también de buen gusto ostentar la mezquindad, si se dirige hacia alguien más débil. Muchas personas que dependen totalmente de huachimanes, empleadas o personal de limpieza, no son capaces de brindarles un trato digno.

La ignorancia es una buena forma de acallar la conciencia: para muchos jóvenes, es un tabú averiguar si sus padres pagan a la empleada del hogar gratificación o CTS. En algunas universidades, alumnos o profesores prefieren ignorar cuánto pagan los services a los trabajadores de limpieza o los huachimanes. Una amiga me escribió hace unos años: “A mí me choca especialmente la gente de ONGs, los sociólogos, intelectuales y otras personas que dicen luchar por el cambio social y son tan peseteros con el gasfitero, el albañil y cualquier otra persona que vive de su trabajo”.

En algunos lugares de visible prosperidad, como Gamarra o el sector turístico del Cusco, muchos empresarios pagan a sus trabajadores menos del sueldo mínimo y, a veces, los obligan a trabajar en total precariedad. “En la avenida Balta, las jaladoras de las tiendas de ropa pasan hasta doce horas de pie, almuerzan sentadas en el suelo y no reciben ni 250 soles al mes”, me refiere un amigo de Chiclayo.

La falta de consideración no sólo se da en lo económico, sino en las condiciones de trabajo: un ejemplo muy triste se da en las combis más pequeñas, esas que no deberían circular por lo incómodas que son. En ellas, muchos pasajeros, aunque haya otros lugares disponibles, ocupan el único asiento donde podría sentarse el cobrador, forzándolo a viajar encorvado durante diez o doce horas.

La explotación y la mezquindad terminan generando un círculo vicioso: pagar mal y poco a los guachimanes o las empleadas del hogar lleva a que no tengan ninguna motivación, realicen su tarea con desgano y en cuánto puedan se marchen. Lamentablemente, si un trabajador explotado reclama, existirán diez dispuestos a aceptar su puesto. En un país como el Perú, dejarse llevar por la ley de la oferta y la demanda implicaría pagar sueldos totalmente miserables. “Lo justo sería pagar por encima del mercado”, dice un amigo economista.

Sería ideal que el Estado interviniera para proteger a los trabajadores o que éstos se organizaran para enfrentar la explotación. Sin embargo, ambos supuestos parecen poco cercanos. Por ello, a las personas que tienen más sensibilidad, les corresponde poner de su parte para formar una sociedad más justa.

Hace unos años, en Catacaos, unos amigos me insistían en que regatee a un vendedor de artesanías respecto a unos precios que a mí ya me parecían bajísimos.

-En todo caso, ese dinero él lo necesita más que yo –les respondí.

Pensar de esta manera ayuda en la combi a pagar un sol en trayectos donde otros sólo quieren pagar cincuenta céntimos.

Afortunadamente, en el taxi, varios amigos y familiares míos, si la distancia es más larga de lo que pensaban o si el taxista pidió una cantidad muy pequeña, le entregan una propina, una práctica común en otros países, pero que en el Perú todavía es insólita. En mi caso, yo suelo ser un poco ceremonioso:

-Señor, ¿le molestaría que le diera un sol más?

-¡Cómo me va a molestar! –sonríen.

En nuestras calles, donde tanta gente quiere madrugar a los demás, un sol adicional quizás no hace a una persona feliz, pero por lo menos le puede alegrar el día.



[1] “Te pago cincuenta céntimos hasta la Bajada Balta”, por donde se desciende a una playa muy visitada por los tablistas.

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5 Comments:

At 11:59 a. m., Anonymous Anónimo said...

Desde hace tiempo, en esta aldea llamada Piura, cuando tomo un taxi, y el modesto taxista me pide una tarifa (que como tú muy bien señalas es muy baja), le doy un monto mayor. Si el taxi es de noche pago más cuanto más tarde es la "carrera" y algunos me miran extrañados. Les digo lo que tú: Ud merece eso y mucho más.
Igual con el gasfitero, jardinero y/o electricista que brindan sus servicios en casa o en mi consultorio. Para algunos conocidos, estoy algo loco y "maleo el mercado".
Al leer tu artículo me convenzo que no es que sea "manirroto", sino que es un tema que tiene que ver con el justiprecio y la coherencia entre lo que se dice, se piensa y/o hace, y va desde el de Comercio Justo, aún en lo cotidiano e insignificante. ¿Por qué le voy a pagar a mi secretaria sueldo mínimo si puedo (y moralmente debo) pagarle más? Ella me sirve bien y ve que me va bien en mi consulta. Igual el empresario que tiene igresos considerables -como tú aludes- y clama para que le bajen los impuestos, sin embargo mezquinan a a sus trabajadores lo que despilfarran en otras cosas.
Si voy a tomarme un buen café y pago el precio algo aumentado, me pregunto ¿por qué no darle una propina al mozo? Considero que no es una "gringada" del primer mundo sino lo justo. Lo mismo con los chicos que lavan el auto. Desde hace tiempo lo asumo así, y hoy me reafirmo en que la mayoría de la gente (sobre todo los que tienen más), teminarán con artrosis de mano (o del alma) por miserables(esa es la palabra exacta) estimado Wilfredo.

Me alegro -una vez más- que coincidamos en este y en otros tantos aspectos de la vida.

Un abrazo desde Piura.

Julio C Castro Castro

 
At 12:01 p. m., Anonymous Anónimo said...

Algo como cuenta Wilfredo me paso a mi esta semana, cuando un taxista me llevó de la cuadra 2 de Benavides en Miraflores a Canaval y Moreyra y me dijo 4 soles. En el camino le dije que no me parecia justo, que si no se opone a que le pague 2 soles mas.

El sol era fuerte y más que el dinero, el señor sintió que reconocían su trabajo, y que había cometido un error al cobrarme tan poco.

Algo similar cuando en un conocido café pagué con 20 soles y me dieron vuelto como si hubiese dado 100. Al decirle a la señorita que atendia, se notó su cara de alivio, pues de lo contrario ella hubiera tenido que pagar esa diferencia al final del día. En realidad yo opino que es mucho de responsabilidad social personal con nuestro prójimo y nuestro entorno y ser coherentes si reclamamos justicia y buen trato.

 
At 12:03 p. m., Anonymous Anónimo said...

Llama la atenciónque en canales internacionales que promueven el turismo -como Discovery Travelling and Living- sugieran regatear a los artesanos peruanos de Cusco, como si eso fuera una costumbre extendida y socialmente aceptada.

En la India también se regatea el precio de los productos que se busca o quiere adquirir. Sin embargo, la rebaja dependerá de cómo se desarrolle una pequeña conversación acompañada, por lo general, de una taza de té entre el comprador y el vendedor. Por lo menos son transacciones más "civilizadas" que las casi imposiciones de los consumidores peruanos, ¿no te parece?

 
At 12:05 p. m., Anonymous Anónimo said...

Ayer por primera vez, lo confieso, pensé en lo que debe ser un día para un cobrador de combis. Así que cuando subí a una le pregunté al señor cómo era estar de pie todo el tiempo y el pobre me hizo un gesto rápido de "mejor no le cuento". Y sentí cómo un dolor dentro de mí.

 
At 6:26 p. m., Anonymous Anónimo said...

Tu artículo me parece interesante aunque no comparto tus conclusiones. Sin embargo, el tema sustantivo que tocas en él me interesó a tal punto que hice un post sobre el particular. Si gustas verlo: http://deriklatorreboza.blogspot.com/2009/02/pagarias-mas-por-transportarte-en-una.html

 

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