Reflexiones Peruanas Nº 229: Las Tentaciones de un Defensor de los Derechos Humanos
Asesinos protegidos por el gobierno. Miles de inocentes en las cárceles. Centenares de médicos esterilizando campesinas contra su voluntad. En ese contexto tan difícil parecía casi sarcástico, conmemorar los 50 años de la Declaración de los Derechos Humanos, pero por el mismo contexto era importante hacerlo.
Aquel 10 de diciembre de 1998 había una ceremonia en la Plaza San Martín, organizada por la Defensoría del Pueblo, cuando los vigilantes contratados para la ocasión impidieron ingresar a un grupo de familiares de personas fallecidas durante el conflicto armado: los rasgos físicos, la talla y la vestimenta mostraban su extracción distinta de los demás invitados.
Este penoso incidente, que entonces causó honda vergüenza a muchos integrantes de la Defensoría, demuestra los peligros a que se puede llegar cuando los Derechos Humanos pasan a convertirse en actividades protocolares.
En realidad, una de las peores tentaciones a la que puede sucumbir un defensor de los derechos humanos es la “protocolización”: que se conviertan en un tema para recepciones o cocteles, consultores y diplomáticos. Naturalmente, todos tienen derecho a hablar de derechos humanos, pero es fundamental evitar elitizar un tema que debería ser masivo.
Hace unos años, en un viaje a Centroamérica, conocí lo que una amiga abogada denominaba el “jet set de los derechos humanos”, enmarcado en una interminable sucesión de veladas y cenas de gala, amenizadas por violinistas y arpistas (hasta eso he visto). Eran los tiempos que ningún hotel limeño habría aceptado ser sede de una actividad de derechos humanos, por considerarlo un tema de comunistas o terroristas. Ahora, los hoteles más lujosos ansían ser tomados en cuenta por la cooperación internacional para talleres sobre exclusión, inclusión o democratización.
Una segunda tentación para un defensor de derechos humanos es que a más cercano uno está de personas con poder, corre el riesgo de volverse más cauteloso para no arriesgar su imagen o su prestigio. ¿Cómo voy a criticar a ese país si su Embajador ha hablado tan bien de nuestro trabajo? Si el propio defensor de los derechos humanos comienza a tener poder, el riesgo se hace mucho mayor.
En el caso del Perú, una tercera tentación es concentrar las críticas en determinadas posiciones políticas. Por eso, muchos peruanos siguen vinculando solamente a los gobiernos de García y Fujimori con crímenes contra los derechos humanos, sin reparar que en tiempos de Belaúnde ocurrieron, de manera deliberada y sistemática, las peores masacres de nuestra historia republicana. Por eso también las quince personas muertas por acción policial en tiempos de Toledo no han sido tan difundidas.
La cuarta tentación es confundir el trabajo por los derechos humanos con la ejecución de un proyecto o un plan de trabajo. Naturalmente, ningún plan puede prever que siete personas sean detenidas acusadas de terrorismo en Tumbes, que cuatro jóvenes de San Juan de Lurigancho sean torturados en la comisaría de Miraflores o que una familia sea brutalmente asesinada en Río Seco. La esencia de la acción por los derechos humanos es estar disponible para situaciones inesperadas. De hecho, la mayoría de violaciones a los derechos humanos son casos imprevisibles y en nuestro país, la tendencia a cometer abusos hacia los más débiles sigue lamentablemente presente como para que se pueda confiar mucho en los planeas anuales.
La quinta tentación es la burocratización y limitarse a llenar fichas o formularios. Hace unos años, unas amigas denunciaron los cupos que cobraba la policía en el control fronterizo de Tacna con diversos pretextos. El funcionario encargado de la Defensoría del Pueblo dijo que no podía hacer nada hasta que ellas no realizaran un nuevo viaje a Tacna e identificaran a los policías. Afortunadamente, fue reprendido por su formalismo y ya no está en la Defensoría.
La sexta tentación implica especializarse tanto en algunos derechos humanos que uno termina habituándose a que otros sean violados, desde los derechos laborales, hasta los accidentes de carretera, desde la situación de las trabajadoras del hogar, hasta los derechos de los adultos mayores. A veces pareciera que el compromiso con los derechos humanos termina cuando uno sale de su oficina.
Finalmente, la séptima tentación es aligerar los derechos humanos, hacerlos light, organizando pasacalles, conciertos o afiches que no irriten a nadie… ni tampoco a los violadores de los derechos humanos. Sinceramente, pretender hablar de los derechos humanos sin pedir la libertad de Roque Gonzales, sin pedir justicia para los asesinos de la familia Pichardo o del policía Giuliano Villarreal me parece inmoral.
Este miércoles, seguramente a nadie impedirán el ingreso por sus rasgos físicos o su vestimenta a las actividades por los 60 años de la Declaración Universal, pero el riesgo de caer en las tentaciones mencionadas sigue presente en todos los que creemos defender los derechos humanos.
Aquel 10 de diciembre de 1998 había una ceremonia en la Plaza San Martín, organizada por la Defensoría del Pueblo, cuando los vigilantes contratados para la ocasión impidieron ingresar a un grupo de familiares de personas fallecidas durante el conflicto armado: los rasgos físicos, la talla y la vestimenta mostraban su extracción distinta de los demás invitados.
Este penoso incidente, que entonces causó honda vergüenza a muchos integrantes de la Defensoría, demuestra los peligros a que se puede llegar cuando los Derechos Humanos pasan a convertirse en actividades protocolares.
En realidad, una de las peores tentaciones a la que puede sucumbir un defensor de los derechos humanos es la “protocolización”: que se conviertan en un tema para recepciones o cocteles, consultores y diplomáticos. Naturalmente, todos tienen derecho a hablar de derechos humanos, pero es fundamental evitar elitizar un tema que debería ser masivo.
Hace unos años, en un viaje a Centroamérica, conocí lo que una amiga abogada denominaba el “jet set de los derechos humanos”, enmarcado en una interminable sucesión de veladas y cenas de gala, amenizadas por violinistas y arpistas (hasta eso he visto). Eran los tiempos que ningún hotel limeño habría aceptado ser sede de una actividad de derechos humanos, por considerarlo un tema de comunistas o terroristas. Ahora, los hoteles más lujosos ansían ser tomados en cuenta por la cooperación internacional para talleres sobre exclusión, inclusión o democratización.
Una segunda tentación para un defensor de derechos humanos es que a más cercano uno está de personas con poder, corre el riesgo de volverse más cauteloso para no arriesgar su imagen o su prestigio. ¿Cómo voy a criticar a ese país si su Embajador ha hablado tan bien de nuestro trabajo? Si el propio defensor de los derechos humanos comienza a tener poder, el riesgo se hace mucho mayor.
En el caso del Perú, una tercera tentación es concentrar las críticas en determinadas posiciones políticas. Por eso, muchos peruanos siguen vinculando solamente a los gobiernos de García y Fujimori con crímenes contra los derechos humanos, sin reparar que en tiempos de Belaúnde ocurrieron, de manera deliberada y sistemática, las peores masacres de nuestra historia republicana. Por eso también las quince personas muertas por acción policial en tiempos de Toledo no han sido tan difundidas.
La cuarta tentación es confundir el trabajo por los derechos humanos con la ejecución de un proyecto o un plan de trabajo. Naturalmente, ningún plan puede prever que siete personas sean detenidas acusadas de terrorismo en Tumbes, que cuatro jóvenes de San Juan de Lurigancho sean torturados en la comisaría de Miraflores o que una familia sea brutalmente asesinada en Río Seco. La esencia de la acción por los derechos humanos es estar disponible para situaciones inesperadas. De hecho, la mayoría de violaciones a los derechos humanos son casos imprevisibles y en nuestro país, la tendencia a cometer abusos hacia los más débiles sigue lamentablemente presente como para que se pueda confiar mucho en los planeas anuales.
La quinta tentación es la burocratización y limitarse a llenar fichas o formularios. Hace unos años, unas amigas denunciaron los cupos que cobraba la policía en el control fronterizo de Tacna con diversos pretextos. El funcionario encargado de la Defensoría del Pueblo dijo que no podía hacer nada hasta que ellas no realizaran un nuevo viaje a Tacna e identificaran a los policías. Afortunadamente, fue reprendido por su formalismo y ya no está en la Defensoría.
La sexta tentación implica especializarse tanto en algunos derechos humanos que uno termina habituándose a que otros sean violados, desde los derechos laborales, hasta los accidentes de carretera, desde la situación de las trabajadoras del hogar, hasta los derechos de los adultos mayores. A veces pareciera que el compromiso con los derechos humanos termina cuando uno sale de su oficina.
Finalmente, la séptima tentación es aligerar los derechos humanos, hacerlos light, organizando pasacalles, conciertos o afiches que no irriten a nadie… ni tampoco a los violadores de los derechos humanos. Sinceramente, pretender hablar de los derechos humanos sin pedir la libertad de Roque Gonzales, sin pedir justicia para los asesinos de la familia Pichardo o del policía Giuliano Villarreal me parece inmoral.
Este miércoles, seguramente a nadie impedirán el ingreso por sus rasgos físicos o su vestimenta a las actividades por los 60 años de la Declaración Universal, pero el riesgo de caer en las tentaciones mencionadas sigue presente en todos los que creemos defender los derechos humanos.
Etiquetas: Alan García, derechos humanos, Fujimori, ONG
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