lunes, enero 12, 2009

Reflexiones Peruanas Nº 234: Sobre combis, coasters y otros peligros cotidianos

Plantones, marchas y carteles. Los vecinos de la avenida Pardo se sienten aliviados con el traslado de las rutas de combis y no quieren que vuelvan. Los vecinos de la calle Enrique Palacios señalan que las combis que antes circulaban por Pardo les originan congestión y suciedad. Sin embargo, las autoridades del Ministerio de Transportes y la Municipalidad de Lima guardan silencio sobre el problema de fondo: ¿por qué los ciudadanos deben viajar en vehículos incómodos, peligrosos y contaminantes?

A todo esto se une la protesta de choferes y cobradores que, en una reciente manifestación, bloqueando el Óvalo de Miraflores, llevaban carteles diciendo “Las combis son del pueblo. Las coasters son demasiado caras”. A quienes no están familiarizadas con el transporte limeño, les aclaramos que las coasters tienen un tamaño intermedio entre una combi y un ómnibus. En algunas avenidas como Javier Prado y Arequipa sólo se permite coasters y no combis.

Resulta impresionante que las combis sean defendidas por los cobradores, quienes trabajan en ellas encorvados o en cuclillas durante diez o doce horas al día, en medio de la indiferencia de los pasajeros y las autoridades. Debe decirse, sin embargo, que muchas veces, pese a que está prohibido, también viajan encorvados los pasajeros, apiñados entre los asientos.

El principal argumento que esgrimen choferes y cobradores es que las combis son su instrumento de trabajo. Lo mismo declaran los conductores de Ticos y mototaxis, vehículos que no están permitidos en ninguno de los países vecinos. Combis, coasters, Ticos y mototaxis tuvieron un impulso masivo en tiempos de Fujimori, cuando además se disolvió (a Fujimori le gustaba mucho disolver) la empresa de transporte público Enatru Perú, cuyos ómnibus sólo recuerdan los mayores de 20 años.

Desde entonces, el transporte cotidiano de los ciudadanos quedó sin mayor regulación, generándose así el caos que se ve todos los días en Lima. Muchas personas que hace algunas décadas iban al colegio o la universidad en transporte público, han decidido evitar a sus hijos esa ordalía cotidiana y por eso ahora circulan muchos más automóviles, aumentándose las congestiones.

Hace unos años se pensó que la Policía femenina ayudaría a enderezar a los conductores díscolos, porque eran percibidas como incorruptibles, pero actualmente parecen totalmente desbordadas y fingen no ver las infracciones más evidentes. Seguramente a pocos limeños servirá de consuelo saber que el tráfico en otras ciudades peruanas suele ser bastante peor, desde Arequipa hasta Trujillo y desde Pucallpa hasta Huancayo.

Para rechazar cualquier intervención estatal sobre el transporte, el argumento sobre el derecho al trabajo es recurrente. Si los Ticos desaparecen, debido a su inestabilidad, muchas personas no tendrán cómo alimentar a su familia. Si se exige secundaria a los mototaxistas, se perjudicará a las personas que con las justas saben leer, y que se dedican a transportar personas. Si se reserva algunas rutas para autobuses grandes que pueden trasladar igual número de pasajeros que seis combis, muchos choferes se quedarán sin trabajo.

El problema es que, cuando se abre las puertas a la informalidad, ésta se vuelve una forma de vida para muchas personas y se hace muy difícil de combatir.

¿Estamos condenados al caos vehicular? En las últimas semanas, he pensado que no tiene por qué ser así: en avenidas como Arenales, Arequipa y Javier Prado los transportistas respetan los nuevos paraderos pese a las protestas iniciales de los pasajeros, que están aprendiendo el significado de expresiones como “Paradero Prohibido”. Numerosos paraderos consuetudinarios están ahora despoblados.

Si alguien me lo hubiera dicho hace un año, me habría parecido ciencia ficción, como también lo era hace unos años sostener que la gente usaría cinturón de seguridad, que pagaría SOAT, que los taxistas pondrían un casquete blanco sobre sus vehículos y no querrían llevar más de cuatro pasajeros. Todos estos cambios, naturalmente, no son espontáneos, y derivan de una adecuada intervención estatal.

Para enfrentar el transporte en Lima se necesita mucho más que un cambio de rutas: se necesita reservar esta actividad a empresas, privadas o públicas, donde choferes y cobradores perciban un sueldo fijo, que no dependa de cuántos pasajeros hacen ingresar. Se necesita vehículos grandes, donde ninguna persona viaje encorvada, ni siquiera el cobrador. Igualmente, los autobuses deben circular por carriles especiales de manera rápida, alentándose así a los ciudadanos a dejar en casa sus vehículos.

En otras ciudades latinoamericanas, como Bogotá, Medellín, Quito o Guayaquil, inicialmente había mucho escepticismo sobre las posibilidades de ordenar el transporte, pero los resultados han sido satisfactorios para todos, incluyendo los transportistas informales que fueron incorporados al nuevo sistema.

¿Cuánto falta para que las autoridades estatales y municipales comprendan que el transporte seguro y cómodo de los ciudadanos es su responsabilidad?

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