RP 258: Alberto Andrade y la cultura criolla
Hace unos años, un amigo guatemalteco de visita en Lima me pidió que lo acompañara a buscar música peruana. Le estaba recomendando los discos de Felipe Pinglo, Chabuca Granda y Augusto Polo Campos, cuando me preguntó:
-Pero ¿acaso la verdadera música peruana no es la música andina? –me preguntó.
Su comentario me hizo recordar a los extranjeros que se sorprenden al encontrar en las calles de Lima tanta gente que “no parece peruana” por tener rasgos asiáticos, africanos o europeos.
Sin embargo, también es verdad que entre los propios peruanos se suele hablar de culturas andinas y amazónicas, sin reconocer que existe también una cultura criolla, entendiendo por ésta a las manifestaciones culturales que desarrollaron en América los descendientes de los inmigrantes.
Estas expresiones van desde la música y la comida hasta valores y antivalores (como la lamentable “viveza criolla” en el Perú). En algunos países latinoamericanos, la desaparición de casi toda la población indígena llevó a que estas expresiones culturales terminaran convirtiéndose en la “cultura nacional”.
Ahora bien, la cultura criolla peruana no es una cultura netamente blanca o española. Por ejemplo, pese al racismo y las diferencias sociales, sería imposible imaginarla sin los aportes afroperuanos: durante siglos, los blancos de la Costa peruana tuvieron más cercanía con los negros que con la población andina, separada por la distancia y el idioma.
Durante la República los criollos adaptaron a su gusto los elementos foráneos: componían y bailaban valses, pero a un ritmo distinto que en Viena; servían fideos con grandes trozos de carne o pollo (para escándalo de algunos italianos); acompañaban muchos platos con arroz, como los inmigrantes chinos, pero lo preparaban con más sal; incorporaban también elementos andinos como el tamal, infaltable en cualquier “desayuno criollo”. Inclusive muchos nikkei se convirtieron en representantes de la cultura criolla como Luis Abelardo Takahashi (RP 246).
Sin embargo, hacia mediados del siglo XX, diversos factores debilitaron la cultura criolla, desde la influencia de elementos culturales de los Estados Unidos hasta la salida de los criollos blancos de los barrios tradicionales de peñas y jaranas (RP 216), seguidos luego por todos aquellos mestizos y nikkei que podían permitírselo.
Ahora bien, los fenómenos culturales no son totalmente espontáneos. Pueden ser intencionalmente promovidos, generándose en las personas sentimientos de identidad, satisfacción con ellas mismas y con su pasado, como por ejemplo han sido desde hace décadas los programas de música criolla en Radio San Borja.
Cuando esta promoción es llevada a cabo desde una institución pública, los resultados pueden ser mucho más trascendentes. Por eso, fue tan importante la gestión de Alberto Andrade por revalorar la identidad criolla de los limeños. Una primera labor fue recuperar el espacio geográfico del Centro Histórico, reubicando vendedores ambulantes, remodelando plazuelas, creando calles peatonales y restaurando balcones.
Andrade actuó con persistencia, enfrentando la mezquindad y las intrigas del régimen fujimorista y sus esfuerzos obtuvieron respuesta: muchos limeños volvieron a recorrer el Parque de la Exposición, la calle Capón, el Pasaje de los Escribanos o la Plaza San Martín…, mientras otros más jóvenes, lo hacían por primera vez.
Dado que, como buen criollo, Andrade disfrutaba mucho de la comida, logró que las visitas al centro de Lima tuvieran también carácter gastronómico, a través de los Festivales del Sabor, donde muchas señoras de Barrios Altos servían en la Plaza Italia y otros lugares toda la variedad de comida criolla. Los Festivales del Sabor luego fueron imitados en muchos distritos, logrando que “salir a comer comida peruana” fuera parte de la rutina dominical de muchas familias.
En cuanto a la música, el aniversario de Lima, que antes no se celebraba, se convirtió en ocasión de serenatas y verbenas. En lo que había sido Polvos Azules se erigió la Alameda Chabuca Granda, con tres anfiteatros para la presentación de danzas y conjuntos musicales. Como antes en el Parque de Miraflores, una de las primeras obras de Andrade, el público era especialmente invitado a bailar.
Mi impresión era que Andrade realmente quería a Lima y por eso impulsó que los limeños la disfrutaran, tanto los hijos de los viejos criollos como los nuevos migrantes. Eso sí, era una Lima diferente a la que él había conocido de joven y por eso, en los Festivales del Sabor había también comida de todo el Perú y lo mismo sucedía con las danzas.
A la pregunta de mi amigo guatemalteco, le respondí que la música criolla era tan peruana como la música andina y que son peruanas todas las demás expresiones que los peruanos podían crear.
Yo creo que no sólo somos un país de gran diversidad cultural, sino que en el interior de la mayoría de peruanos esa misma diversidad existe. En ese sentido, recordaré a Andrade con mucha gratitud, porque gracias a él yo, como muchos limeños, pude disfrutar el lado criollo de mi identidad cultural.
-Pero ¿acaso la verdadera música peruana no es la música andina? –me preguntó.
Su comentario me hizo recordar a los extranjeros que se sorprenden al encontrar en las calles de Lima tanta gente que “no parece peruana” por tener rasgos asiáticos, africanos o europeos.
Sin embargo, también es verdad que entre los propios peruanos se suele hablar de culturas andinas y amazónicas, sin reconocer que existe también una cultura criolla, entendiendo por ésta a las manifestaciones culturales que desarrollaron en América los descendientes de los inmigrantes.
Estas expresiones van desde la música y la comida hasta valores y antivalores (como la lamentable “viveza criolla” en el Perú). En algunos países latinoamericanos, la desaparición de casi toda la población indígena llevó a que estas expresiones culturales terminaran convirtiéndose en la “cultura nacional”.
Ahora bien, la cultura criolla peruana no es una cultura netamente blanca o española. Por ejemplo, pese al racismo y las diferencias sociales, sería imposible imaginarla sin los aportes afroperuanos: durante siglos, los blancos de la Costa peruana tuvieron más cercanía con los negros que con la población andina, separada por la distancia y el idioma.
Durante la República los criollos adaptaron a su gusto los elementos foráneos: componían y bailaban valses, pero a un ritmo distinto que en Viena; servían fideos con grandes trozos de carne o pollo (para escándalo de algunos italianos); acompañaban muchos platos con arroz, como los inmigrantes chinos, pero lo preparaban con más sal; incorporaban también elementos andinos como el tamal, infaltable en cualquier “desayuno criollo”. Inclusive muchos nikkei se convirtieron en representantes de la cultura criolla como Luis Abelardo Takahashi (RP 246).
Sin embargo, hacia mediados del siglo XX, diversos factores debilitaron la cultura criolla, desde la influencia de elementos culturales de los Estados Unidos hasta la salida de los criollos blancos de los barrios tradicionales de peñas y jaranas (RP 216), seguidos luego por todos aquellos mestizos y nikkei que podían permitírselo.
Ahora bien, los fenómenos culturales no son totalmente espontáneos. Pueden ser intencionalmente promovidos, generándose en las personas sentimientos de identidad, satisfacción con ellas mismas y con su pasado, como por ejemplo han sido desde hace décadas los programas de música criolla en Radio San Borja.
Cuando esta promoción es llevada a cabo desde una institución pública, los resultados pueden ser mucho más trascendentes. Por eso, fue tan importante la gestión de Alberto Andrade por revalorar la identidad criolla de los limeños. Una primera labor fue recuperar el espacio geográfico del Centro Histórico, reubicando vendedores ambulantes, remodelando plazuelas, creando calles peatonales y restaurando balcones.
Andrade actuó con persistencia, enfrentando la mezquindad y las intrigas del régimen fujimorista y sus esfuerzos obtuvieron respuesta: muchos limeños volvieron a recorrer el Parque de la Exposición, la calle Capón, el Pasaje de los Escribanos o la Plaza San Martín…, mientras otros más jóvenes, lo hacían por primera vez.
Dado que, como buen criollo, Andrade disfrutaba mucho de la comida, logró que las visitas al centro de Lima tuvieran también carácter gastronómico, a través de los Festivales del Sabor, donde muchas señoras de Barrios Altos servían en la Plaza Italia y otros lugares toda la variedad de comida criolla. Los Festivales del Sabor luego fueron imitados en muchos distritos, logrando que “salir a comer comida peruana” fuera parte de la rutina dominical de muchas familias.
En cuanto a la música, el aniversario de Lima, que antes no se celebraba, se convirtió en ocasión de serenatas y verbenas. En lo que había sido Polvos Azules se erigió la Alameda Chabuca Granda, con tres anfiteatros para la presentación de danzas y conjuntos musicales. Como antes en el Parque de Miraflores, una de las primeras obras de Andrade, el público era especialmente invitado a bailar.
Mi impresión era que Andrade realmente quería a Lima y por eso impulsó que los limeños la disfrutaran, tanto los hijos de los viejos criollos como los nuevos migrantes. Eso sí, era una Lima diferente a la que él había conocido de joven y por eso, en los Festivales del Sabor había también comida de todo el Perú y lo mismo sucedía con las danzas.
A la pregunta de mi amigo guatemalteco, le respondí que la música criolla era tan peruana como la música andina y que son peruanas todas las demás expresiones que los peruanos podían crear.
Yo creo que no sólo somos un país de gran diversidad cultural, sino que en el interior de la mayoría de peruanos esa misma diversidad existe. En ese sentido, recordaré a Andrade con mucha gratitud, porque gracias a él yo, como muchos limeños, pude disfrutar el lado criollo de mi identidad cultural.
Etiquetas: Alberto Andrade, comida criolla, comida peruana, inmigración japonesa, inmigrantes, musica criolla
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