lunes, junio 15, 2009

Reflexiones Peruanas Nº 256: El dolor de los awajún es el dolor de muchos peruanos

Santiago Manuim, el respetado dirigente awajún, comprometido desde hace treinta años con su pueblo, con su cultura y con la paz, yace postrado en una cama de la sección de cirugía del Hospital Las Mercedes. Ocho balazos de la policía le perforaron el abdomen y muchos lo creyeron muerto. Ahora, después de tres operaciones y una septicemia hospitalaria, aumentan las esperanzas de su recuperación.


Uno de sus hijos, mientras le corta las uñas, advierte una pequeña hemorragia bajo las sábanas. Avisa a las enfermeras que conversan al fondo. Después que una de ellas interviene, con pasmosa lentitud, Manuim insiste en colocarse los anteojos y leer una revista jesuita sobre el medio ambiente.


-Quería los periódicos – me dice un amigo suyo –pero para su salud no sería recomendable.


Tiene toda la razón. Es preferible que Manuim no sepa que el gobierno acusa en televisión a los awajún de ser parte de una conspiración internacional contra el Perú, que la radio La Voz ha sido cerrada o que la casa del alcalde de Imaza ha sido allanada.


Ocho víctimas del 5 de junio se encuentran en Las Mercedes y otras tantas en el Hospital de Essalud, entre ellas, una niña de Bagua que recibió un balazo en el abdomen y un nativo a quien le amputaron la pierna. En Essalud no se sabe cuánto será el costo final a pagar, porque las víctimas no eran asegurados. En Las Mercedes sólo diversas donaciones han logrado asegurar el tratamiento, con muchas dificultades. Eso sí, afuera de la sala, vigilan dos policías, vestidos de civil. El gran temor es que, apenas los heridos se restablezcan, sean detenidos.


-Querían matar a un nativo y las balas le cayeron a mi hijo –dice una señora de Bagua entre lágrimas -. Después dijeron que lo podían llevar en el helicóptero de la policía, pero yo tenía miedo que lo arrojaran desde el aire.


Por la noche, en la Universidad donde me invitaron a exponer, era patente la indignación de profesores y alumnos frente a los abusos del régimen, que sentían como responsable de la muerte de los nativos y los policías.


“En medio de todo este horror, lo positivo es la solidaridad de la gente”, me había dicho una amiga de la universidad el miércoles, cuando salimos de un masivo acto ecuménico de oración por la paz donde intervinieron varios estudiantes awajún.


Al día siguiente, jueves 11, me di cuenta de cuánta razón tenía. La manifestación de solidaridad con los indígenas amazónicos fue la más grande movilización desde la Marcha de los Cuatro Suyos. Cerca de mí, un grupo de teatro representaba el dolor de una mujer indígena y de la esposa de un policía muerto. Marcharon jóvenes estudiantes de diferentes etnias amazónicas, pero la gran mayoría de asistentes no provenía de la Selva Y en esas circunstancias dramáticas, por fin encontré con un sentimiento colectivo de país, una vinculación humana “con el otro” que iba más allá de las diferencias geográficas, lingüísticas o étnicas y de las emociones más superficiales que proporcionan el fútbol o la bandera. En todo el Perú se habían producido protestas similares, con los mismos sentimientos.


Me retiré temprano de la manifestación, porque tenía que viajar a Chiclayo y entregué a varias personas una lista de abogados a los cuales acudir en caso de violencia policial, entre los cuales estaba Hildebrando Castro Pozo. Ni diez minutos después, la policía disolvió la manifestación con bombas lacrimógenas y una de ellas impactó en el rostro de Castro Pozo, quien felizmente sobrevivió, pero ha quedado malherido.


La violenta represión a la marcha fue sólo una de las nuevas medidas autoritarias, como la suspensión de los congresistas nacionalistas hasta fin de año o las nuevas denuncias a los dirigentes de AIDESEP. Nada de eso parece dar resultado: los asháninkas de la Selva Central han comenzado también a movilizarse. Sobre ellos, que tanto sufrieron por la violencia senderista, penden dos fuertes amenazas: las concesiones otorgadas a Repsol y la hidroeléctrica que está impulsando nada menos que Nidia Vílchez, la flamante Ministra de la Mujer.


Pese a sus tasas de crecimiento el Perú se encuentra entrampado en esta crisis política porque esas cifras nunca se tradujeron en bienestar, justicia o dignidad para los más pobres, menos aún si eran indígenas. “Nunca el Estado ha hecho nada por Amazonas y ahora recibimos dolor y violencia”, dice un universitario de Bagua, hijo de un policía. Lo mismo decían los campesinos de la zona, lo mismo decían los awajún en la oración del miércoles y lo mismo podrían decir la mayoría de peruanos de la sierra y la selva.


Hace pocos años, los Primeros Ministros de Canadá y Australia pidieron perdón a los pueblos indígenas por los daños causados por los anteriores gobiernos. Nosotros sabemos bien que García nunca pedirá perdón a los indígenas por los daños que su propio gobierno ha generado, como tampoco pedirá perdón a las familias de los policías fallecidos.


Mas bien, García y sus aliados siguen diciendo que el Perú enfrenta una conspiración comunista. Alguno de ellos plantea inclusive exterminar con napalm a los indígenas. No comprenden que gracias a su prepotencia y su intolerancia, el conflicto amazónico se ha convertido en un problema nacional. Como los campesinos de Bagua, muchas personas han llorado con el sufrimiento de los awajún.


Cuando saludé a Santiago Manuim, le hablé brevemente de las marchas y las vigilias. En medio de la tristeza de la situación, era importante que supiera que en todo el país, por primera vez, muchos peruanos se solidarizan con su pueblo.


La sentencia del 12 de junio será sin duda un paso fundamental en la lucha contra la discriminación, pero también el dolor de estos días muestra que estamos aprendiendo a re-conocernos entre peruanos.

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1 Comments:

At 2:19 p. m., Blogger Teresa said...

Gracias por informarnos con datos reales e importantes. Sigue siempre con la verdad.

 

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