domingo, marzo 29, 2009

Reflexiones Peruanas Nº 245: De Yungay a Vigilante Soy

Cuando yo era niño, existían muy pocos vigilantes en Lima. Aparecieron a principios de los años ochenta debido a la violencia política (aunque algunos limeños con problemas de memoria declaren que recién el atentado de Tarata generó inseguridad en la capital). Actualmente, los vigilantes siguen siendo infaltables en bancos y restaurantes, farmacias y colegios, ONGs y ministerios. Sin embargo, curiosamente, muchas personas protegidas por ellos, los ven con menosprecio.

Un ejemplo cruel lo vi hace años en San Borja. Era febrero y un grupo de niños y adolescentes con baldes y globos se divertían mojando huachimanes. Escogían a los más andinos, sabiendo que no se atreverían a reaccionar frente a muchachos blancos y adinerados.

Sin embargo, aún en ambientes progresistas, los vigilantes pueden ser percibidos con indiferencia. Hace unos años, mientras daba una charla sobre racismo en la Universidad Católica, un alumno pedía que los asistentes se adhirieran a un pronunciamiento contra este problema. Al único que no se acercó fue a un vigilante. El estudiante pasaba una y otra vez ante él, como si no pudiera verlo.

Terminada la actividad, me dirigí hacia el vigilante, quien firmó con entusiasmo el pronunciamiento. Se llamaba, lo recuerdo bien, Faustino Pari y sus marcados rasgos andinos revelaban que de todos los presentes era seguramente quién más padecía racismo. “Su uniforme lo hace invisible”, comentó un amigo chileno el incidente.

En realidad, tantas personas se comportan ante los vigilantes como si fueran “no personas”, seres sin familia, sin sentimientos, sin emociones, que normalmente ellos aprecian mucho cuando alguien los saluda.

Un 24 de diciembre, caminaba con un amigo cerca de mi oficina, cuando el vigilante de un chifa me vio y me abrazó.

-¿Vienes siempre a comer acá? –me preguntó mi amigo.

-Nunca he venido, pero siempre saludo al señor –le contesté.

Naturalmente, peor que el desprecio son las pésimas condiciones en que muchos vigilantes trabajan, especialmente quienes se encuentran en situación informal, sin seguro, vacaciones o gratificación. Me es difícil entender cómo muchas familias logran dormir tranquilas, mientras afuera, en la puerta de su casa, un pobre hombre se encuentra a la intemperie, sentado en una silla blanca o inclusive de pie.

Los vigilantes que trabajan para empresas de seguridad, normalmente sí reciben sus beneficios laborales, pero los sueldos son muy reducidos en relación a los riesgos que enfrentan. Eso sí, se les descuenta el pago para la AFP, a pesar que difícilmente llegarán a jubilarse. En algunas empresas, son obligados a firmar una carta de renuncia que bloquea cualquier posibilidad de reclamo laboral.

En una especie de revancha hacia el más débil, algunos vigilantes se convierten en los más discriminadores frente a quienes consideran inferiores.

En este contexto, resulta sorprendente la labor de la empresa de seguridad J&V Resguardo, considerada uno de los mejores lugares para trabajar en el Perú por sus 30 programas de estímulo (desde préstamos hasta cursos de capacitación) a sus trabajadores, denominados Líderman, Cuando he conversado con algún Liderman, siempre realzan sus buenas condiciones de trabajo. Algún vigilante ha exclamado sonriente, como quien descubre súbitamente a un amigo:

-¿Usted también pertenece a la familia Líderman?

Vigilante Soy ( http://www.youtube.com/watch?v=fagI3NCHBtM)es la canción que J&V ha promovido para generar una mayor autoestima entre sus vigilantes. Estanis Mogollón, el famoso compositor de Máncora, que trabajó también como vigilante, es el autor de la letra; el Grupo 5 puso la música y el director del video es Jorge Angobaldo, productor de Reportaje al Perú. La producción ha estado a cargo de la agencia Toronja, dirigida por Gustavo Rodríguez, quien se ha enfrentado frontalmente al racismo en la publicidad. Algunos vigilantes señalan que con este video, Toronja se reivindica frente al recordado comercial Yungay (http://www.youtube.com/watch?v=ixoLN1NVolg).

Mientras Yungay buscaba divertir, Vigilante Soy cuestiona una serie de barreras sociales y étnicas que subsisten en nuestra sociedad. ¿Puede una mujer peruana enamorarse de un compatriota sin tomar en cuenta su condición social? Por eso, aunque Vigilante Soy parece un video romántico tiene un carácter profundamente transgresor.

Seguramente, muchos vigilantes se habrán identificado con frases tan duras como:

Quizás comentaránque no merezco tu cariño,que tú mereces más.

Las referencias a la diferencia de clases y al amor que va más allá de “ideas, credo o nivel social” guardan semejanza con El Plebeyo, con la diferencia que éste tiene una connotación de amargura, frente a una estructura infranqueable propia de un mundo estamental. En Vigilante Soy, escrita ochenta años después, para una sociedad mucho más compleja, existe una connotación de esperanza, esfuerzo y superación.

Algunos amigos han señalado que el asalto parece tan falso, que seguramente el mismo vigilante le pagó a los supuestos delincuentes. Otros sostienen que toda la historia es una bonita ficción y que los vigilantes nunca pueden cumplir sus muchos “sueños por realizar”. Es posible, pero también puede ser que la ficción logre vencer prejuicios y cambiar la realidad.

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