Reflexiones Peruanas Nº 167: Los Peruanos Desconfiados
dA los taxistas que no son limeños, siempre les agrada encontrar un pasajero que conozca su lugar de origen y a mí me gusta recordar con ellos los viajes que hago por el Perú. Hace unos meses me tocó un taxista chiclayano y conversamos tanto sobre celebraciones, pueblos y comidas, que, al llegar a mi casa, yo sentía que tenía en la punta de los labios la tortilla de raya y el chirimpico. Le pagué con un billete de 20 soles y me dio mi vuelto.
Instantes después, en el silencio de la noche, sentí el ruido de un vehículo. Acudí a la ventana: el taxi había regresado. El taxista me enseñó el billete y me dijo:
-Es falso.
Yo bajé, me disculpé y le cambié el billete. Hubiera podido decirle que ese no era el billete que le había dado y él acusarme de pretender engañarlo. Las acusaciones mutuas quizás habrían llegado a los insultos, la ironía, los gritos o al Serenazgo, pero yo estaba muy cansado para pasar una mala noche por 20 soles y, a decir verdad, la idea que me estuviera engañando me parecía totalmente improbable.
Al día siguiente, mientras examinaban el billete, mis amigos me decían que evidentemente el taxista se había aprovechado de mi ingenuidad. Lo conservé algún tiempo el billete, hasta que decidí llevarlo al banco, donde la cajera me aseguró que era verdadero.
En realidad, en muchas encuestas aparece que una abrumadora mayoría de peruanos considera que sus compatriotas son deshonestos. Para mí ese dato es un indicador que somos un país de desconfiados. Es verdad que existen
entornos donde se justifica la duda y la sospecha, como la escena política.
También es cierto que hay quienes buscan siempre aprovecharse del más débil, sea un campesino pobre o un turista desinformado. Sin embargo, creo que la posibilidad de sufrir un daño por parte de vecinos, colegas o desconocidos es mas bien escasa en comparación con los temores predominantes.
Quizás la demostración más visible de esa desconfianza generalizada sucede cuando un amable conductor pretende ceder el paso a los peatones y ellos permanecen desconcertados en la vereda, por más que el chofer insista. Normalmente, cruzan corriendo, como si estuvieran ante un maniático que pretende arrollarlos.
La desconfianza se incrementa frente a quienes son percibidos como diferentes por motivos raciales o sociales, basándose en múltiples prejuicios, desde la vestimenta hasta el tinte de pelo. Una manifestación agobiante se produce cuando dos peruanos se encuentran en el extranjero y se tratan con brusquedad o se someten a un interrogatorio del tipo “a-ver-qué-tipo- de-peruano- es-éste”, antes de entablar una conversación. A veces es más fácil hacer amigos de otros países, que no acarrean consigo un cúmulo de sospechas.
El propio Estado demuestra cómo sospecha de los ciudadanos, cuando exige retenerles el DNI para permitirles ingresar a las instituciones que ellos mismos financian, sea el Ministerio de Trabajo, la Contraloría o hasta la farmacia del Ministerio de Salud. El extraño argumento que genera tanta desconfianza son las medidas de seguridad, aunque ni a bancos, supermercados o restaurantes, se les ocurre tratar así a sus clientes, pese a que podrían tener mayor temor a un robo. El propio Indecopi, que sanciona las barreras comerciales, establece esta barrera en cuanto al ingreso a sus instalaciones.
El Congreso de la República inclusive exige un pase impreso, donde debe incluirse, por alguna sospecha adicional, hasta el domicilio del visitante. Así como éste, la desconfianza genera decenas de trámites innecesarios, como los cargos o registros que deben firmarse dentro de una misma institución.
Nuestros niveles de sospecha mutua son tan grandes que genera sorpresa cuando alguien confíe en un desconocido. Recuerdo haber escuchado a dos jóvenes profesionales conversar: “¿Has visto cómo son los de la Católica? Aunque no se conozcan, empiezan a hablar como si fueran amigos”. Me sentí identificado y realmente es una actitud muy agradable. Sin embargo, siento que a esta “confianza PUCP” se une a veces bastante recelo frente a quienes provienen de otras universidades. Similar desconfianza existe entre los profesionales limeños frente a quienes estudiaron en otras ciudades.
La desconfianza generalizada ocasiona numerosos costos a una sociedad, complica las transacciones y hace difícil establecer relaciones solidarias. No pretendo decir que debamos confiar en personas o entidades sin escrúpulos, pero si dejáramos de estar permanentemente sospechando de quienes están a nuestro lado, la vida cotidiana se haría mucho menos tortuosa y las relaciones menos agresivas. Todos ganaríamos en una sociedad cuyos integrantes confiaran más entre sí… lo dice alguien que intenta hacerlo siempre, en la combi, la calle, el taxi y a quien, felizmente, hasta ahora, no le ha ido muy mal en ese camino.
Además...
- El comandante Víctor La Vera Hernández, quien fuera Jefe Político Militar de Huanta en 1988 y el capitán Amador Vidal, fueron condenados a 17 y 15 años de prisión respectivamente por el asesinato de Hugo Bustios, corresponsal de Caretas.
-En una insensibilidad chocante hacia los más necesitados, miles de ganaderos protestaron contra los precios que les paga la empresa Gloria, arrojando leche a calles y plazas. Una protesta que podía ser justa, generó fuerte rechazo de la población.
-Todos los que deseen unirse para impedir que la zona del Candamo sea entregada a actividades petroleras (RP 166) pueden colocar sus datos en http://www.salvemos/Quienes estén en Lima y deseen sentirse alentados en causas justas, pueden ir al Cinematógrafo de Barranco, donde todos los sábados se presentará el conmovedor documental Tambogrande, sobre la lucha pacífica y exitosa de un pueblo contra una empresa minera sin escrúpulos (RP 159)
-Hablando de proyectos peligrosos, el gobierno ha presentado el Proyecto de Ley 1628 para autorizar las actividades mineras en zonas agrícolas y urbanas, generando serias críticas de parte de diversas organizaciones sociales.
-Hablando de minería, la empresa minera Casapalca, con múltiples abusos hacia sus trabajadores, ha sido expulsada de la Sociedad Nacional de Minería por negarse a admitir una auditoría sobre asuntos laborales y ambientales. El gobierno, en cambio, mantiene su pasividad al respecto.
-Hablando de la pasividad del gobierno, este fin de semana, los voluntarios de Un Techo para mi País lograron edificar más viviendas en la zona afectada por el sismo. Las clases en las escuelas de Fe y Alegría han sido reanudadas desde hace semanas en aulas prefabricadas. Los avances de estas iniciativas sólo reflejan la ineficiencia de las autoridades estatales.
Etiquetas: confianza Perú pobreza racismo
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