lunes, diciembre 04, 2006

123 ¿Cómo enfrentar el racismo hacia los turistas peruanos?

CÓMO ENFRENTAR EL RACISMO HACIA LOS TURISTAS PERUANOS

Wilfredo Ardito Vega

Hace unos meses, al llegar a Písac en el Valle Sagrado, quise cambiar un billete de 100 soles y el único lugar que ofrecía este servicio era el albergue Samana Wasi (casa de descanso). Delante mío había una docena de franceses, a quienes el encargado entregaba fajos de billetes de 10 y 20 soles por sus euros o dólares. Cuando tocó mi turno, me miró con severidad y me dijo:

-Si quieres, te cambio tu billete, pero te cobro una comisión.

-¿Por qué?

-Porque aquí trabajamos para los turistas.

-Yo también soy turista.

-¡Mentiroso, tú eres guía! - me dijo desdeñoso y pasó a atender a otros extranjeros.

Indignado, pasé al hospedaje que había reservado, el Hostal Písac y la chica que atendía primero dudó que yo fuera la persona cuyo nombre estaba escrito y luego exigió que pagara por adelantado, evidenciando siempre el desagrado por mi presencia. Súbitamente su rostro hostil se iluminó, como el de un anacoreta ante una aparición: habían ingresado dos turistas extranjeros y empezó a atenderlos sumisa y sonriente.

-Qué amable eres con ellos, ¿no? -le dije y me marché, disgustado por ser maltratado sucesivamente en mi propio país.

La mala experiencia de las congresistas María Sumire e Hilaria Supa (RP 105) ante el mostrador de Iberia, refleja el racismo existente en la infraestructura destinada al turismo. Desde los “pubs” del Cusco hasta las discotecas miraflorinas, desde las playas de Zorritos (RP 24) hasta uno que otro restaurante en Puno, mozos, empleadas de aerolíneas o porteros de hoteles asumen que “el turista” tiene rasgos nórdicos y, a veces, orientales, y cuando llega un cliente peruano es percibido con sospecha o abiertamente discriminado. Para mantener alejados a los indeseables connacionales y, a los similares latinoamericanos algunos establecimientos difunden sus servicios solamente en inglés.

Por ello, si bien Paola Bolívar, Antonella Gonzales y Roxanna Sevilla, las empleadas de Iberia que atendieron a las congresistas, deben asumir su responsabilidad legal, sería un error reaccionar como si ellas fueran las únicas personas racistas del Perú. Es peligroso también explicar el racismo por el carácter extranjero de una empresa: la abrumadora mayoría de prácticas racistas en nuestro país son cometidas por peruanos hacia peruanos.

A nuestro entender, más que calificar a Iberia como una empresa racista, debe precisarse que su responsabilidad está en carecer de una política para enfrentar el racismo de sus empleados peruanos y esta política sería esencial para cualquiera que desee realizar negocios en nuestro país (RP 45), más aún para quien presta servicios a un público tan multirracial como el que aborda los aviones hacia España.

Un problema adicional que los permanentes incidentes discriminatorios revelan es la ineficiencia de las instituciones públicas que deberían enfrentarlos. En el caso de Samana Wasi, el procedimiento ante Prom-Perú fue inútil: no encontraron ningún establecimiento registrado con ese nombre, a pesar que aparece en todas las guías turísticas y está en plena plaza de armas de Písac.

En cuanto a Indecopi, el ciudadano que intenta denunciar un caso de discriminación deberán enfrentar numerosas dificultades. En primer lugar, debe pagar una tasa para iniciar el procedimiento, lo cual es injusto y disuasivo. En segundo lugar, la Ley 27049 dispone que pruebe que fue discriminado, lo cual es sumamente difícil. Si eventualmente hay una multa para el establecimiento infractor, ésta incrementa los ingresos fiscales y el denunciante no recibe ninguna indemnización.

Adicionalmente, algunos funcionarios de Indecopi presentan un servicio tan deficiente como el que muestra la caricatura de Perú 21 o son francamente hostiles hacia quienes osan presentar un reclamo. En este contexto es muy preocupante que Jaime Thorne, el nuevo Presidente de Indecopi señale que la institución será aún “menos intervencionista”, poniéndose a tono con las tendencias neoliberales que se han apoderado de este gobierno.

Están pendientes, por lo tanto, al menos cuatro modificaciones para evitar que las prácticas discriminatorias continúen: los reclamos deben ser gratuitos, la investigación de los hechos debe corresponder a Indecopi, los funcionarios encargados requieren un mayor compromiso y, en caso de disponerse una multa, al menos un porcentaje de ésta debería pasar al agraviado. Una sanción eficaz sería también suspender temporalmente la atención de los establecimientos infractores.

Finalmente, es fundamental que la Ley 28867 sea aplicada por el Ministerio Público y el Poder Judicial. El temor a la prisión puede generar un cambio en la conducta de propietarios de restaurantes, hoteles o discotecas racistas.

Si no se enfrenta seriamente la discriminación en los servicios turísticos, es preferible que el gobierno deje de establecer feriados largos con el argumento de promover el turismo interno, porque pretender conocer el Perú puede generar muchas experiencias desagradables a los peruanos.



Un episodio de racismo al revés

“POR SER BLANCO TENGO LA CULPA”

Alberto, el autor es un joven abogado mestizo, que pasó por blanco en una determinada situación. Este es uno de los muchos relatos que recibí con motivo de la RP 116 sobre el Racismo al Revés. Mis observaciones están en cursiva.

Hace un año, estaba en la carretera central a la altura de Chosica paseando con mi novia cuando una coaster que se dirigía a Huaycán me chocó por detrás. Hubo un daño al chasis del auto y el chofer me ofreció una cantidad totalmente insuficiente. Cuando quise reclamar, el cobrador y los pasajeros se bajaron y comenzaron a increparme que yo había tenido la culpa.

Era absurdo, pero yo preferí no hacerles mucho caso y le dije al chofer que si no quería pagar el daño, mejor íbamos a la comisaría. En ese momento, mientras volvía a mi auto, escuché la frase que temía:

-¡Porque tienen carro creen que pueden hacer lo que quieren! - gritaron varias personas desde el micro.

En la comisaría tenía a casi toda la coaster diciéndole al policía cosas inimaginables sobre mí e insistiendo que yo había tenido toda la culpa. Yo intentaba hacer valer mi versión, pero el policía me dijo que iba a dar por verdad la declaración de los demás, porque "eran mayoría". Allí sí no pude aceptar y con argumentos jurídicos le dije que eso no tenía sentido. Entonces, el policía me dijo:

-Lo que pasa es que usted es un hijito de papá y cree que siempre puede hacer lo que quiere, pero aquí el policía soy yo.

Como puede imaginarse, armé un escándalo al policía y estoy seguro que tenía ganas de hacerme detener y darme una golpiza. Dijo que me llevarían al dosaje etílico, por lo que yo opté por llamar al seguro. El policía, enfurecido, insistía en que entrara al patrullero para llevarme a hacerme el dosaje y entonces se reanudó la discusión con él, esta vez en plena calle y cada vez más exaltados. Yo todavía podía ser irónico y exclamé:

-¿O sea que porque yo soy blanco tengo la culpa? –debo decir que en ese momento de mi vida, frente a esa comisaría me di cuenta que podía ser blanco para otros peruanos.

-¡Claro que sí, porque ustedes abusan de los humildes! –me gritó, totalmente seguro de sus palabras.

Después de eso, yo ya no sabía lo que estaba haciendo. Me fui a la coaster, donde estaban el chofer y el cobrador bastante tranquilos, entré y empecé a gritarle al chofer:

-¡Si no acepto el dinero que me quieres dar no es porque sea poco, sino porque me has tirado encima a los pasajeros sabiendo que es tu culpa! ¡Has actuado como un miserable, usando los sentimientos de la gente contra mí! ¿Tú acaso sabes quien soy yo, cómo pienso, qué hago con mi vida? ¿Alguna vez me has visto a mí discriminar o ser racista? ¡Lo que no te perdono es que me hayas insultado diciendo esas cosas de mí…! -y seguí gritando.

Al parecer ese estallido los conmovió a los dos. El chofer, sin decir una palabra, sacó más dinero del que había señalado inicialmente y me lo entregó. Después me dijo:

-Disculpa.

Ante esa reacción, de un momento a otro, pasamos a hablar más tranquilos en la coaster, casi como amigos a pesar de todo lo que nos habíamos dicho. Estuvimos conversando un rato sobre el racismo y el daño que nos hace a los peruanos.

No sé si Alberto les comentó que había participado en varias protestas contra el racismo. Quizás les contó cómo por las noches dejaba la Ley sobre Trabajadoras del Hogar a escondidas en las casas de sus vecinos, para que sólo las empleadas las pudieran ver. Quizás les dijo que su segundo apellido era andino, acaso más andino que los apellidos de ellos. Quizás el chofer y el cobrador le contaron sus propias experiencias. Quizás logró que lo vieran como un igual, a pesar del auto, la coaster, el calor, el policía y los pasajeros.

De esto hace más de un año, pero fue muy doloroso para mí. Yo venía de haberme sensibilizado mucho a partir de las novelas de Manuel Scorza y había idealizado a un sector de la población peruana. Esta experiencia me hizo sentirme de golpe diez años más viejo. Comprendí que entre los peruanos discriminados no sólo hay personas llenas de bondad sino también centurias de prejuicios y deseos de revancha esperando por explotar.

1 Comments:

At 5:20 p. m., Anonymous Anónimo said...

woow, genial lo del racismo al reves, una vez dije = osea que por que soy blanco tego la culpa, jaja

 

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