lunes, julio 22, 2013

RP 468: El Cocinero Clandestino

El año pasado, los medios de comunicación informaron que en un trágico accidente de carretera habían muerto tres cocineros: los peruanos Iván Kisic y Lorena Valdivia y el australiano Jason Nanka, omitiendo totalmente la muerte de la señora María Huamaní.   Algunos periódicos dijeron sólo que había fallecido “una campesina”.   Solo después de varios días, se supo que María Huamaní era también una experta cocinera, propietaria del restaurante Karabotas y además cantante de música ayacuchana, pero su origen, sus rasgos y su apellido no la hacían parecer “representante de la comida peruana”.
Difícilmente encontraremos a alguien negro o andino entre los exitosos chefs reconocidos en el Perú.  De hecho, el boom gastronómico peruano coincidió con el retiro del único cocinero afroperuano de la televisión, Don Pedrito, quien además debió cerrar su restaurante en Lima.   Paradójicamente, recuerdo un episodio de Veinte Lucas en que Mauricio Fernandini recorría un mercado acompañado de un exitoso chef… y los vendedores pensaban que eran dos extranjeros. 
¿Por qué la abrumadora mayoría de los chefs exitosos en el Perú podrían parecer más extranjeros que peruanos?  ¿Por qué a nadie parece molestarle esta situación?  ¿Por qué los miles de estudiantes de Escuelas de Cocina, que se apellidan Huamaní, Huamán, Quispe o Condori no tienen las posibilidades de éxito de quien tiene apellido croata, italiano o alemán?
Pareciera que en nuestro país una minoría étnica se ha apropiado del prestigio de la gastronomía, como ocurre con otros íconos: así, con la cerveza Cusqueña, que alude a elementos incaicos, pero que en su publicidad solo es disfrutada por personas blancas.   Un ejemplo es la racista campaña Exitosos de Verdad, elaborada por la agencia McCann Erickson donde todos los “exitosos” son hombres, blancos y jóvenes… como los exitosos chefs peruanos.   https://www.facebook.com/media/set/?set=a.539412419456681.1073741833.400417136689544&type=3
En el Perú, los rasgos étnicos europeos siguen siendo fundamentales para muchas actividades laborales, desde modelo de publicidad hasta presentador de televisión (en el canal Plus TV es una verdadera exigencia).  En general, las personas blancas son buscadas especialmente para las actividades donde es necesaria mayor visibilidad.   Las personas de rasgos andinos, pueden tener más éxito en labores más discretas, como contabilidad e informática.   Yo me suelo preguntar si cuando se plantean una carrera, los jóvenes son conscientes de que, por ejemplo, puede ser muy importante para un arquitecto ser blanco (y mucho más para una arquitecta).  
Con todas estas preguntas en la cabeza, preparé mi segunda novela El Cocinero Clandestino, cuyo protagonista, Wilson, es un joven cusqueño que regresa de estudiar Alta Cocina en Barcelona y está ansioso de triunfar como chef.   Sin embargo, ante la falta de oportunidades, termina obligado a usar como pantalla a Alessandro, un individuo inútil para la cocina, pero alto, blanco y de apellido italiano. 
Conversando sobre el argumento, he comprobado que en el Perú, lograr éxito, dinero y reconocimiento público en base al esfuerzo ajeno puede ser penosamente común.   “Como yo no era conocido, mis obras las firmaba uno de mis profesores”, dice un pintor, “Claro que me pagaba, pero finalmente él recibía mucho más y a mí nadie me conocía”.    Varios amigos míos, asesores en entidades estatales,  me han confesado que terminan redactando los trabajos de sus jefas (han sido mujeres en los casos que conozco) para maestrías y doctorados. Conocí inclusive una antigua ONG, donde una joven practicante escribía los artículos que eran publicados con el nombre de sus jefes (hombres y mujeres).    Sin embargo, es mucho peor que una persona se vea condenada a permanecer siempre en la sombra por sus rasgos físicos o su origen.  Lo he visto especialmente en la televisión, cuando tantas veces los camarógrafos bajos y andinos están más al tanto de cualquier tema que los entrevistadores jóvenes y blancos. 
Desde el punto de vista literario, en El Cocinero Clandestino no encontrarán los flashbacks de El Nuevo Mundo de Almudena, sino que he seguido la técnica que aplica uno de mis escritores preferidos, el egipcio Naguib Mahfouz en su novela Miramar, donde los mismos hechos son referidos desde la perspectiva de cada uno de los personajes.   Así, el lector se entera de cómo piensan Wilson, Alessandro y los demás involucrados. 
Debo precisar que la mayor parte de situaciones de racismo que enfrenta Wilson yo mismo las he vivido o presenciado (el incidente en el Starbucks, por ejemplo me ocurrió a mí).   Lo aclaro porque a algunas personas quizás les sea difícil creer que determinadas cosas sucedan… pero así es nuestra sociedad.

Reconozco finalmente que mi intención con El Cocinero Clandestino no es sólo que ustedes se emocionen y se involucren con la trama, sino que, indignados o conmovidos, puedan ayudar a que casos como el de Wilson no sigan ocurriendo: que nadie talentoso en el Perú tenga que ocultarse por su color de piel detrás de un rostro más blanco.    Espero que les guste.

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martes, julio 16, 2013

RP 467: La Revolución y el Corazón

La semana pasada me pareció que regresaba a los tiempos de esplendor de la Filmoteca del Museo de Arte, cuando vi la larga cola para el documental Desde el lado del Corazón, de Francisco Adrianzén, basado en los testimonios de dirigentes izquierdistas sobre cómo vivieron los gobiernos militares de Velasco y Morales Bermúdez.  
El documental consigue mantener en todo momento la atención de los espectadores, sean éstos contemporáneos de los protagonistas, sean mas bien quienes, como yo, asociamos a Velasco a nuestros recuerdos infantiles, o los más jóvenes, para quienes Velasco es tan remoto como para mí Guillermo Billinghurst. 
La clave de este interés es que Adrianzén logra que los entrevistados compartan su mística y sus  ilusiones, por momentos conmovedoras.   Escuchar los recuerdos de Javier Diez Canseco y Carlos Iván Degregori resulta especialmente emotivo.
Los protagonistas refieren una y otra vez la certeza que entonces tenían de que lograrían implantar el socialismo en el Perú.   Las experiencias de la Unión Soviética, China y Cuba eran precursoras de lo que ocurriría irreversiblemente aquí y esa seguridad llevaba a muchas personas a sacrificar comodidades absurdas y secundarias “en vísperas de la revolución”.   La vida ascética era la regla:  “Recién tomé mi primer vaso de cerveza cuando tenía 37 años” recuerda Rolando Breña.  
Dejar el hogar para convivir con los más pobres era muy común, muchas veces mudándose a la ciudad donde disponía el respectivo partido político.  Javier Diez Canseco revela que vivía en La Oroya en una habitación sin luz, agua o desagüe, con otros tres compañeros con los que hacía trabajo político con los mineros.  
“Muchos dejamos la Universidad porque parecía algo superfluo”, me confesó hace unos días un economista sanmarquino.   En ese contexto, el terremoto de 1970 desencadenó que muchos jóvenes dejaran todo (familia, enamorada, universidad) para viajar a ayudar a los compatriotas afectados.   “Muchos ya no volvieron”, recuerda un amigo filósofo. 
Lo curioso era que los entrevistados confiesan en el documental que veían a Velasco como otro gobierno imperialista y fascista, similar a las típicas dictaduras de derecha de América Latina.   “Ni siquiera la Reforma Agraria me convenció”, recuerda Héctor Béjar.   Otro entrevistado declara:   “Ahora me doy cuenta que era el proyecto de cambio social más articulado que ha habido en el Perú”.
Algunos izquierdistas terminaron sumándose al régimen de Velasco, trabajando en SINAMOS o el Ministerio de Educación, pero sus esperanzas se quiebran con el golpe de Morales Bermúdez. 
Más de treinta años después, el Perú parece muy diferente.  Hay protestas y marchas sí, pero son pocas y buscan mas bien un beneficio concreto o impedir un daño, pero no una sociedad diferente.     No hay manifestaciones como en Chile para pedir mejor educación o como en Brasil protestando contra los gastos de los partidos de fútbol.    Muchos peruanos parecen resignados a que viviremos siempre en un país injusto.   A veces los abusos causan tristeza o indignación, pero aún entonces la reacción predominante es la pasividad.   Para muchos universitarios su mayor acto de solidaridad es organizar una chocolatada navideña.
Los jóvenes integrantes de los propios partidos políticos parecen más preocupados por alcanzar un puesto que por asumir algún sacrificio o entender la problemática nacional.     En un encuentro para dirigentes juveniles de partidos políticos una chica me preguntó con total desparpajo: “¿Acaso se necesita ideología para hacer política?”
Llama la atención la reflexión de  Carlos Iván Degregori en el documental, cuando indica que, tras una visita a las zonas rurales de Ayacucho sintió  “que los evangélicos nos habían reemplazado”: eran ellos quienes asumían un trabajo voluntario, desinteresado, buscando el bien común y con una mística que llevaba a un vínculo emocional entre personas provenientes de lugares y clases sociales diferentes.
Varios factores que golpearon a esa izquierda histórica tan segura de lograr el cambio social.   La aparición de Sendero Luminoso captó a muchos jóvenes y luego los diferentes partidos tuvieron enfrentar los ataques terroristas y la represión de las Fuerzas Armadas.   Después el gobierno de Fujimori tuvo diez años todos los medios para convencer a millones de personas que sólo valía el éxito individual, debilitando las organizaciones y sindicatos.   “En realidad, los líderes se aburguesaron, pensando más en su triunfo electoral y se alejaron de la gente”, sostiene un profesor universitario. 

Es triste percibir la distancia entre los grupos de izquierda y los sectores populares, como hace unos meses en el voto por la revocatoria en la Municipalidad de Lima.   Por eso,  el documental de Adrianzén es tan valioso y cuestionante, pues habla de mística y compromiso de vida.   Personalmente, me rehúso a  creer que estas cualidades no puedan volver a desarrollarse.     

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sábado, julio 13, 2013

RP 466: Crónica de la Primera Entrega

La vida en el Perú da muchas vueltas: cuando hace siete años, Antauro Humala fue detenido tras tomar la comisaría de Andahuaylas, era difícil imaginar que, poco después, el retrato de su hermano Ollanta se encontraría allí mismo, en calidad de Presidente. 
En mi caso, en ese momento a mí tampoco se me hubiera ocurrido que visitaría esa misma comisaría para distribuir el Manual para el Empleo del Quechua en las Comisarías, que elaboré con Gavina Córdova.   Menos aún me hubiera imaginado que el policía que hacía de maestro de ceremonias, daría la bienvenida y presentaría a los invitados de la PUCP hablando en perfecto quechua, inclusive diciendo amachaq en lugar de abogado y otras expresiones más complejas para sociolingüista y antropólogo.
Han sido días muy intensos recorriendo diversas ciudades de Apurímac con mis colegas, para entregar los manuales y compartir los resultados de nuestra investigación con autoridades, funcionarios y maestros.   Como sucedió en la comisaría, he notado que muchos apurimeños han perdido la timidez respecto a ser escuchados en quechua.   Por ejemplo, después de nuestra primera presentación en el Gobierno Regional de Abancay, unas quince alumnas del colegio estatal Aurora Inés de Tejada teatralizaron una poesía en quechua, con una seguridad y soltura que hace pocos años hubiera sido inconcebible.  Por su parte, los profesores del colegio Tarpurisunchis me obsequiaron un diccionario escolar a todo color de quechua, con las definiciones en ese idioma.
Luis Mujica siempre se dirigía a las personas en quechua y ya no le contestaban en castellano como antes.  Inclusive los mozos del hotel de Abancay, a quienes conozco desde hace más de 10 años y nunca les había escuchado una palabra en quechua, ahora bromeaban con él en ese idioma.
La parte más arriesgada de nuestro recorrido fue el viaje a Chuquibambilla, capital de la provincia de Grau, unida con Abancay por una carretera angostísima, aunque bien asfaltada.   En el pueblo no había ni taxis ni mototaxis disponibles y me tocó subir con los Manuales hasta la precaria comisaría, ubicada en una pequeña loma, acompañado por un integrante del Serenazgo, que estaba muy contento haciendo juegos de palabras en quechua.   Una hora después, hicimos la presentación de la investigación ante profesores y estudiantes y todas sus intervenciones fueron en quechua.  
Evidentemente, al menos en los sectores urbanos, hablar quechua ya no es una confesión de inferioridad, pero muchos campesinos todavía temen que si sus hijos hablan ese idioma, no aprenderán bien castellano y serán discriminados.  
De Chuquibambilla, retornamos a Abancay durante la noche, por la estrecha carretera, con neblina y lluvia, pero afortunadamente sin mayores contratiempos. 
A la mañana siguiente, hicimos la entrega de los Manuales en la Región Policial de Apurímac, lo que generó fotos en los periódicos,  y acto seguido partimos hacia Andahuaylas, por una carretera que desde hace años vienen anunciando que pronto será asfaltada.    
En Andahuaylas, curiosamente, encontramos nuevas formas de discriminación, esta vez  hacia quienes no escriben “correctamente” el quechua, es decir según el alfabeto oficial que no incluye letras como la e o la o (trivocálico).
-Una no se atreve a escribir por temor a equivocarse –declaró una funcionaria municipal.
-Yo en realidad no sé quechua –nos diría después el policía que había dado el discurso de bienvenida en la comisaría–porque no sé escribir. 
Desde Andahuaylas, un patrullero nos llevó hasta la localidad de Pacucha, a orillas de la laguna del mismo nombre, donde se encuentra la Escuela de Policía de Apurímac.   Llegamos en pleno examen de admisión: más de setecientos jóvenes, estaban postulando para ocupar una de las 170 plazas, debiendo pagar cada uno 275 soles.   
Lo extraño para mí era que se exigiera a los postulantes presentarse en terno oscuro y a las chicas en traje sastre, como si fueran a trabajar de secretarias.   La única excepción eran quienes habían hecho el servicio militar, que tenían uniforme de camuflaje.   Toda esa vestimenta contrastaba con las madres que los esperaban a la puerta usando polleras.  Pensé que para muchas familias campesinas, tener un hijo policía podía implicar la seguridad económica, en medio de tantas incertidumbres.  
El Director de la Escuela nos agradeció efusivamente la entrega de los Manuales, pero nosotros le precisamos, que, si bien pueden ser muy útiles para mejorar la atención a la población, sigue siendo necesario que se evalué el manejo del quechua por parte de los futuros policías.   De hecho, los cursos de quechua deberían ser obligatorios en las Escuelas de Policía de Cusco, Apurímac, Huancavelica y Ayacucho.   De la misma manera, en todas estas Escuelas sería lógico que el buen manejo del quechua diera mayores puntajes para el ingreso, pero los exámenes, preparados por ESAN, no consideran esta variable.

En las próximas semanas, el Manual será entregado a la Policía Nacional en Ayacucho y Cusco, con el apoyo de la Defensoría del Pueblo.   Seguiremos informando.      

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RP 465: Manual de Quechua para Policías

Allá por 1995 trabajaba como parte de la Misión de Paz de las Naciones Unidas en Cobán, una pequeña ciudad guatemalteca.   En esa región, la mayor parte de los habitantes hablan y escriben q’eqchi’ y no castellano.   Inclusive había una congregación de monjas indígenas, de orientación salesiana, que no sabían castellano.    Intenté aprender algunas palabras de q’eqchi’, pero el principal impulso lo recibí cuando regresé a Lima para Navidad.
-Si no aprendes, ¿cómo te vas a comunicar con ellos? –me preguntó mi hermana, que había perfeccionado su quechua después de un año de trabajar como médica en la localidad huanuqueña de Llata.
Nuevamente en Cobán, ubiqué a un profesor de q’eqchi’ y cuando alcancé un manejo adecuado del idioma, me dediqué a usarlo en la promoción de los derechos humanos: con la ayuda de varios traductores, preparamos un manual de derechos humanos y una versión popular de la Constitución guatemalteca.  Organicé un concurso de ensayos en q’eqchi’ sobre la problemática indígena y finalmente logré que se publicara un diccionario de términos vinculados a los derechos humanos  y un glosario de términos penales, dirigidos a abogados, jueces y traductores.  En el colmo de la osadía lingüística, terminé dando clases de q’eqchi’ a guatemaltecos que no conocían el idioma.
Cuando regresé al Perú, quise hacer lo mismo en cuanto al quechua, pero encontré  un panorama muy diferente.  Aún en las ciudades andinas era difícil encontrar una persona menor de treinta años, con estudios universitarios, que hablara quechua (o que quisiera hablarlo).  “Mis padres no me dejaron aprender quechua”, me decían muchas personas.  Otras repetían que el quechua estaba en vías de desaparición.   Casi no había ningún texto escrito en quechua e inclusive algunos lingüistas sostenían que era mejor que no hubieran, porque se trataba de una lengua oral.   
En los últimos años, la situación ha venido cambiando.   Una serie de municipalidades y gobiernos regionales exigen el quechua para sus nuevos empleados.  Cada vez hay más cursos de quechua en Lima y otras ciudades.  He encontrado varias obras literarias publicadas por la Universidad Villarreal y por Ediciones Altazor.   En Apurímac, hace algunos años, el Gobierno Regional lanzó el programa Quechua para Todos, destinado a fomentar el uso del quechua en la región. 
Respecto a este último proceso, hace tres años, comenzamos una investigación con otros profesores de la PUCP: Virginia Zavala,  Gavina Córdova y Luis Mujica.   En mi caso, debía ocuparme sobre el uso del quechua en la administración de justicia y pronto me di cuenta que, después de la Justicia de Paz, la institución más cercana a los quechuahablantes era la Policía Nacional”.  “El policía está cerca de todos los sectores sociales”, me dijo una mujer policía de Chincheros.   “Cuando no les entiendo, llamo a un policía”, me comentaba un fiscal. 
“Vienen angustiados a la comisaría, buscando una orientación, aún en temas que no son policiales”, recordaba un policía.   Una colega suya corroboraba: “Los engañan, les amenazan que les van a quitar todo, pero nosotros les orientamos y te agradecen mucho”.
Algunos oficiales sostenían que, desde hace algunos años, con la apertura de nuevas Escuelas para Suboficiales en Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, el número de policías que hablan y comprenden el quechua se ha incrementado mucho.   Sin embargo, no se evalúa el manejo de quechua por los policías antes de enviarlos a las zonas rurales y tampoco se dan clases de quechua en las mencionadas escuelas.
Por eso, existe un sector de policías que desconoce el quechua.    “No tuve ocasión de aprender” dice un joven policía de Andahuaylas.   Otros no logran expresarse con fluidez.   Aún quienes dicen que saben, pueden tener serias dificultades para enfrentar una situación difícil.  “Cuando lloran no se les entiende”, me comentó hace unos días un policía en el Ministerio del Interior.   Esta frase grafica la desesperación con que acuden a las comisarías tantas personas, especialmente mujeres.  “Se les viene el mundo encima” comentó otra policía.
Este panorama nos decidió a elaborar un manual de quechua para las comisarías, en el que aparecen diálogos sobre situaciones cotidianas, como una denuncia por violencia familiar, un niño extraviado o un accidente.    Las expresiones en quechua fueron redactadas por Gavina Córdova, una de las personas con mayor capacidad para reflexionar sobre los contenidos lingüísticos.   El libro acaba de salir de imprenta y, mientras escribo estas líneas, me encuentro en Apurímac con mis colegas para hacer la distribución.  Espero que más ejemplares puedan llegar pronto a los policías de Cusco, Ayacucho, Huánuco y otros lugares. 

Ojalá que este primer esfuerzo motive a otras instituciones, como el Banco de la Nación o el Ministerio de Salud para hacer lo mismo y así la barrera lingüística que separa a millones de peruanos del Estado por fin se vaya rompiendo.   No saben la alegría que me causa estar contribuyendo a este proceso. 

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